hoy ha sido elegido por el mundo sindical europeo para convocar una jornada de huelga general contra las medidas que los distintos gobiernos de la Unión Europea están tomado con la intención de hacer frente a la crisis. Una movilización que aquí en Euskadi tiene sus peculiaridades, de las que no me quiero ocupar en este momento. Mi preocupación responde más a otras cuestiones. En primer lugar, a la falta de un discurso intelectual entre quienes se oponen a lo que están haciendo sus gobiernos, que vaya más allá de decir educadamente aquello de obrero despedido patrón colgado que se cantaba en la década de los ochenta. Con la peculiaridad de que la huelga general no está en esta ocasión dirigida contra el mundo empresarial, cuanto contra los políticos a los que se ha convertido en los voceros de los poderes multinacionales y fácticos del mundo.

Las medidas que se han tomado son las que son y carezco de capacitación para decir si son buenas o malas desde la perspectiva económica y de creación de empleo, las razones desde las que se justifican. Lo que sí es cierto es que hasta que el viernes se anunció una subida fiscal a las rentas altas, todas las medidas anteriores habían estado dirigidas y afectaban negativamente a los sectores más vulnerables de la sociedad.

Echo de menos en torno a la convocatoria de huelga y a las movilizaciones que se están produciendo la referencia a un elemento sustantivo del análisis que hacíamos el año 2008. Entonces hablábamos de la necesidad de un cambio de modelo, de un cambio de actitudes, incluso de valores? Hoy parece que el problema se reduce a cómo enfrentar la crisis para poder crecer y volver a la orgía del reparto.

Me va a permitir el lector que le narre una secuencia, antes de decirle de dónde la extraigo. Comenzaremos por decir que el capitalismo, su temprano desarrollo y su impulso económico fueron al principio controlados por las restricciones puritanas de la ética protestante, pero que esa ética y ese control han sido socavados por el propio capitalismo. Han sido el pago aplazado y el crédito los que han cambiado el modelo. Antes era necesario ahorrar para poder comprar; ahora, con el crédito, las gratificaciones son inmediatas: ¿Recuerdan ese slogan publicitario de Lo quiero todo y lo quiero ya? Hemos pasado de una ética puritana al hedonismo ético sin despeinarnos lo más mínimo, convirtiendo ese hedonismo en la justificación cultural del capitalismo: el consumismo. Por ello, lo que define nuestras sociedades no son las necesidades cuanto los deseos. Deseos de tener más y por qué no, de tener más que los demás, lo que desemboca en la envidia que convierte el consumo en el referente básico. Quien no consume no es.

Un párrafo denso, construido con frases extractadas de un libro cuya edición inglesa data de 1976, hace 34 años: Las contradicciones culturales del capitalismo de Daniel Bell. Si lo releemos nos daremos cuenta de que la crisis de la que hablamos tiene una componente sustancial en el binómico economía-antropología. Algo que desde fuentes cristianas, y en particular por parte de Benedicto XVI, ha sido explicitado en su Encíclica Deus est Caritas.

Cada vez son más las voces que indican que nos encontramos ante un cambio de modelo dentro del sistema. Un primer paso ha sido el del surgimiento de un capitalismo financiero en el que el dinero produce dinero y que ha marginado aquellos tiempos en los que se vendían bienes de equipo. Éstos producían plusvalías, y el reparto de esas plusvalías, beneficios. Por cierto, nunca bien repartidos. Hoy todos jugamos a rentistas con mayor o menor suerte tratando de construir nuestro futuro sobre la evolución de los mercados que ocupan el lugar central de la fe de nuestras sociedades postmodernas.

Se ha producido un desplazamiento del centro de gravedad desde una antropología humanista -creyente o no, que tiene al ser humano como referente- a otra perspectiva en la que este ser humano es sacrificado a la centralidad del beneficio financiero. El objetivo es ganar más y cada vez más a costa de lo que sea. Pero curiosamente, el ganar más es intangible, no está en relación a bien alguno sino a lo que mercados marcan como valor de las cosas. Así, nos dicen que hoy unas determinadas acciones se cotizan a 10 y mañana a 100 porque parece que puede haber una Opa más o menos hostil. Decía Machado que sólo el necio confunde valor y precio, y tengo la sensación de que cada vez somos más necios.

Por ello creo necesario reivindicar el valor de las personas y si me permiten de las cosas. Por ello creo necesario dar un aldabonazo a la opinión pública para que nos demos cuenta de que la cuestión no es tanto la de si hay o no hay recortes, que también; cuanto la de visibilizar el sufrimiento que esta dinámica inhumana está generando en todo el mundo. Dice la OIT que son más de 300 millones de personas las que han perdido el empleo en estos últimos dos años.

No nos podemos quedar en discutir las medidas económicas, mejores o peores, ni podemos sentarnos a esperar a que la economía crezca para seguir repartiendo mal sus dividendos. Es necesario articular un discurso alternativo coherente, con el grado de utopía suficiente, pero sin caer en un activismo simplista. Decía Monseñor Romero: Repartía pan y me llamaban santo, pedí justicia y me llamaron comunista. Tengo la impresión de que en este momento, si lo que se pretende es negociar las condiciones para mantener el sistema llegaremos a acuerdos aun a costa de sacrificar a parte de nuestros conciudadanos. Ahora bien, si somos valientes y pedimos cambiar estructuras financieras que generan injusticias, entonces nos ocurrirá como a los gitanos, tratarán de echarnos para que no molestemos.