El primer ministro escocés, de visita ayer en Euskadi, reivindica el modelo vasco como fórmula hacia un estatus especial en la UE con argumentos muy pegados a la realidad socioeconómica de los países sin Estado

EL autogobierno ha permitido a Euskadi no solamente poner las bases para recuperar sus especificidades culturales, en especial su lengua, vapuleadas durante décadas por sucesivos regímenes políticos españoles, sino también cimentar con solidez una estructura económica para crear riqueza e impulsar el desarrollo social del país. El autogobierno se ha demostrado históricamente en Euskadi sinónimo de bienestar, por mucho que algunos dirigentes pretendan reducir las reivindicaciones de mayor poder político a supuestos delirios identitarios. Así, reclamar más competencias es apostar por el desarrollo de este país, a pesar de las tendencias que desde Madrid tiran en sentido contrario por intereses políticos más relacionados con mantener statu quo del equilibrio del Estado que con la definición de políticas a pie de tierra. El primer ministro de escocés, Alex Salmond, visitó ayer Euskadi y, en el artículo que publicó ayer en este diario y en la entrevista que ofrece hoy, explica de forma diáfana qué supone el autogobierno, en lo económico, para un país que se encuentra supeditado a las directrices políticas de otro. Y lo hace remitiéndose a lo que percibe en la economía vasca al constatar, visto desde fuera, que su modelo "se caracteriza por poder fijar las políticas que mejor se ajustan a sus propias necesidades, una ventaja que nos gustaría emular en Escocia", además de otras consideraciones sobre la especificidad fiscal vasca y la mejora de ratios respecto de la media estatal. Lejos de discursos viciados por coyunturas políticas, por cargas identitarias y pulsos partidistas, el testimonio de Salmond viene a aportar una lectura muy cercana, directa y pegada al terreno de lo práctico sobre lo que supone el autogobierno, en su caso para el desarrollo de las potencialidades económicas de Escocia. Además, dibuja el debate en el contexto de la nueva UE ampliada, que pone la diversidad de pueblos en valor, en detrimento de un esquema encorsetado por unos pocos estados hegemónicos. El autogobierno de las naciones sin estado no es un debate que haya que enmarcar en tesis historicistas o en pugnas identitarias, sino una cuestión práctica de desarrollo que va a estar muy presente en la agenda política de la Europa del siglo XXI.