Es curioso el ser humano. Paseense por este periódico o por un informativo y observen con ojos limpios de prejuicios políticos, de nacionalidad, económicos, raciales y demás tonterías con las que las personas nos clasificamos habitualmente con bastante mala baba respecto al prójimo. Observen a esos protagonistas de las noticias como lo que son, otro individuo de la misma especie. Como ese hombre que desesperado en algún lugar de Pakistán estira sus brazos entre un mar de extremidades hacia un camión que reparte comida. Parecen paquetes de galletas. Y el hombre mira desesperado a otro que a duras penas consigue que la muchedumbre hambrienta y abandonada en la nada no sepulte el vehículo y las provisiones. Imagino que tendrá familia, supongo que varios hijos, probablemente alguno menor, porque él parece joven aunque mira como si no lo fuera. Y frente a la desolación, frente a un desgraciado ejemplo más de la violencia de la naturaleza y de la hipocresía del ser humano, que deja morir bajo las aguas a miles de ellos, la esperanza. La del rostro de la mujer de uno de los mineros atrapados bajo una roca de 700 toneladas en Chile mientras entrevé a su esposo en la pantalla de su teléfono móvil. Está vivo. Una imagen oscura de hombres sepultados en vida desde hace semanas, cansados pero todavía organizados para la supervivencia, alguno incluso ensaya una breve sonrisa. Porque Pandora en su curiosidad cernió sobre la faz de la Tierra todos los males, pero conservó para siempre la esperanza.