Prohibido prohibir, dicen. Si no fuera patético, daría risa el ataque de anarquismo que les ha dado a algunos porque pacífica y democráticamente se han decidido prohibir las corridas de toros en Catalunya.

Eso, en un Estado que no tiene empacho en prohibir partidos políticos, asociaciones ciudadanas y agrupaciones juveniles, medios de comunicación, y en conculcar los derechos civiles y la libertad de expresión de muchos de sus ciudadanos. ¡Esas son las prohibiciones que debieran indignar a un bien nacido!

Eso, en un Estado en el que el jefe fue designado por un sanguinario dictador cuyos seguidores están asentados impunemente en todos los aparatos del Estado.

No, no hablo de Rabat; no hablo de Teherán; ni siquiera de Pekín...