LA vida es jodida. Generalmente los buenos acaban derrotados en alguna esquina mientras los getas y chupópteros que han hecho del aprovechamiento del prójimo un -innoble- arte se erigen victoriosos sobre los restos cadavéricos de cualquier asomo de honestidad y dignidad. En fin. Es así. No es que pretenda filosofar sobre el fatalismo de la existencia humana -faltan cuatro semanas para que me vaya de vacaciones, así que me dedicaré a ello a partir de octubre-. Es que he asistido a una pequeña victoria de la reivindicación pacífica, rollo Gandhi, y estoy pletórica. ¡Venganza! Un buen día, desapareció el refresco de naranja de la máquina de la redacción. De pronto, ya no estaba, arrollado por un par de modalidades de cola y el agua mineral. La mayoría nos resignamos, silenciosos, bajo el imperio del mejunje de fórmula insondable. Pero alguien alzó su voz desde la reivindicación justa, plural -yo diría que incluso transversal- y pacífica, y plantó un post-it en la máquina: "¡Marca -que no nos patrocinan la Mesa- Naranja ya!". Pasaron semanas, duros días de resistencia del papelito amarillo adherido al artefacto expendedor, orgulloso, digno en su sencillez. Y otro buen día, igual que se fue, volvió el refresco anaranjado, camuflado eso sí bajo otro botón como si la derrota ante la resistencia pacífica hubiera causado cierta desazón en el vencido. Pero ahí estaba. El post-it cayó en acto de servicio. Victorioso. No lo volví a ver.
P.D. Un post-it rosa ha colonizado ahora la máquina. Los damnificados de la cola sin azúcar claman por sus derechos. ¡Suerte!