CONVIENE que se esclarezcan hasta las últimas consecuencias las circunstancias del trágico accidente que el miércoles por la noche se saldó con el fallecimiento de 12 jóvenes en Castelldefels y con otros tantos heridos de gravedad. Si hubo fallos técnicos, de seguridad o de infraestructuras no sólo hay que localizarlos, sino corregirlos y, si fuera menester, exigir las responsabilidades oportunas. Ahora bien, lo ocurrido en la localidad catalana vuelve a poner sobre la mesa una inconsciencia por desgracia demasiado general a la hora de hacernos mínimamente responsables de nuestra integridad física. De otro modo no se explica, no ya que en la noche festiva de San Juan muchas personas allí presentes decidieran atravesar las vías a pecho descubierto, sino que esta práctica sea habitual, en este municipio y otros muchos. La misma imprudencia que rige el comportamiento de todos esos peatones que se lanzan a cruzar las calles por donde Dios les ha dado a entender, ignorando las señales y ni tan siquiera comprobando si circula algún vehículo bajo ese gran lema de "ya pararán". La misma insensatez del conductor que aprovecha el viaje para hablar por el móvil o que circula a 200 kilómetros por hora porque él lo vale. En fin, los ejemplos son múltiples y variados, por desgracia. Está bien, incluso es necesario, exigir a las administraciones públicas que garanticen nuestra seguridad, pero a ver si un día de éstos dejamos de pretender que un guardia municipal nos lleve de la mano las 24 horas por si acaso se nos ocurre jugarnos el tipo convencidos de que a nosotros no nos va a pasar.