Tiembla el mundo por los desastres naturales. La naturaleza no perdona la chulería humana. Por la legión de irresponsables con mando en plaza. La hipocresía y la justicia sigue todavía sin universalizar la célebre frase de Ulpiano de dar a cada cual lo suyo; quizás porque en muchos países enmarañan la independencia del hacer de la justicia hasta el punto que se confunde si realmente emana del pueblo o del poder de turno.
Como muestra estas confesiones: "La discriminación estructural ocurre cuando el régimen jurídico y las estructuras institucionales aparentan otorgar el goce de los derechos a todos los ciudadanos, pero de hecho se los niegan a uno o más sectores de la sociedad", explicaba Mirjana Najcevska, presidenta del Grupo de Expertos de la ONU sobre las personas de ascendencia africana. O "Naciones Unidas está empeñada en que se haga justicia a las 800.000 víctimas del genocidio en Rwanda", según acaba de señalar su secretario general, Ban Ki-moon.
Por desgracia, los excluidos de la justicia independiente crecen en el mundo a un ritmo tan acelerado como el desempleo. Es cierto que el mundo tiembla ante tantas vueltas y revueltas humanas, tampoco nos han enseñado a templar el alma, y el miedo reina sobre el planeta por los riesgos del arma atómica.
Nos consuela la reciente Cumbre sobre la Seguridad Nuclear celebrada en Washington de poner orden, o sea justicia, frente a los peligros de la proliferación y el terrorismo nucleares. Menos mal.