Resulta indignante la pertinaz presencia (en Estados Unidos, en España y en no pocos países de América Latina) de la extrema derecha. Entre otras razones, por el daño que la extrema derecha le está haciendo a la derecha y, por supuesto, a la democracia. Desde luego, sabemos que no se pueden identificar los grupos españoles de extrema derecha con los neocons americanos. Pero, sean cuales sean los matices que caracterizan a cada uno de estos movimientos, hay cosas muy serias en las que casi todos ellos coinciden. Y de eso quiero hablar.
No pretendo hacer la historia del conservadurismo más integrista. Ni aquí se trata de analizar las razones de fondo que lo alimentan. Lo que yo quiero apuntar -nada más que apuntar- es una lista de hechos que se dan donde hay gente de marcada orientación neoconservadora. Resulta elocuente recordar algunas de las causas que defienden. Y también las que atacan. Se les llame extrema derecha o se diga de ellos que son neocons, en cualquier caso:
No toleran que los homosexuales gocen de los mismos derechos que los hetero; su lucha en favor de la vida se centra en luchar contra el aborto; recelan de los inmigrantes o actúan abiertamente contra ellos; están en contra de la eutanasia, lo que puede provocar situaciones de extremo dolor en el caso de algunos enfermos terminales; aceptan a regañadientes el divorcio; no toleran la igualdad de derechos entre hombres y mujeres; no aceptan el uso de anticonceptivos, por ejemplo, el uso del preservativo, aunque sepan que eso puede causar el aumento de enfermos de sida; se muestran a favor de la guerra contra los árabes (guerras de Irak, Afganistán...); pretenden que los presuntos derechos de Dios estén por encima de los derechos de los hombres; les importa más el buen nombre de los curas que la dignidad de las víctimas de los curas; buscan su apoyo en la Iglesia más tradicional, su moral, sus tradiciones.; se empeñan en defender causas perdidas, por ejemplo, el evolucionismo, el creacionismo...
La lista se podría alargar mucho más. Y, desde luego, estoy de acuerdo en que no todos defienden la lista entera que acabo de apuntar. Pero hay una cosa que difícilmente se puede discutir: no sé dónde está el motor último de la mentalidad de la derecha extrema. Ni sé en qué consiste la fuerza de ese motor. Lo que sí ve todo el mundo es que se trata de una fuerza que, en nombre de Dios y de la Patria, defiende los intereses de unos pocos a costa de los derechos de la gran mayoría, sobre todos los derechos de mucha pobre gente que sufre más de lo que humanamente se puede soportar.
Esto supuesto, debo afirmar que seguramente quienes defienden los planteamientos más duros de la derecha más dura no se dan cuenta del daño que le hacen a la Iglesia, a la Religión, a la Fe y a la causa de Dios. Y lo peor del caso es que dentro de la misma Iglesia, y hasta en sus más altas jerarquías, hay personas que se identifican con estas posturas. Lo cual quiere decir, en última instancia, que en la Iglesia hay gentes que creen en un Dios que nadie sabe de dónde se lo han sacado.
En el Evangelio no está ese Dios. Ni es el Dios-Padre del que nos habló Jesús. Quizás sea el dios de San Constantino, el emperador del siglo IV, que se veneraba como santo y tenía su fiesta el 21 de mayo. Se sabe que este emperador, justamente al año siguiente de presidir el concilio de Nicea, asesinó a su mujer y a su hijo. Pero nada de eso impidió que, entonces como ahora, el poder tuviera más fuerza que la bondad, el respeto y el amor.