El temita del volcán Eyjafjallajökull -creo- es la leche. Más allá del nombre, que como decía un avispado radioyente, bien podría ser el del último modelo de silla de la conocida multinacional sueca del mueble, la que se ha liado por la erupción de un volcán en pleno siglo XXI. De un día para otro, Europa ha vuelto al transporte decimonónico, si me permiten la licencia espacio-temporal; nos ha faltado sacar la diligencia. Esto podría derivar en un interesante debate sobre la superdependencia del ser humano respecto de la tecnología. Ahora mismo, la cosa tiene maldita la gracia, con miles de personas tiradas en aeropuertos de todo el mundo y el pico que esto nos va a costar a todos, como si el panorama estuviera para grandes alegrías, ¿eh? Pero, así, en perspectiva, supongo que el asunto tiene su puntito de justicia poética. No sé si se han fijado que llevamos una temporadita bastante curiosa de terremotos, inundaciones y demás cataclismos naturales. Yo diría que hay alguien cabreado. Vamos a ver, que mi reflexión tiene de científica entre nada y cero, soy consciente, pero estos días me acuerdo del primo de Rajoy, ya saben, aquél que en la campaña de las anteriores elecciones le explico que eso del cambio climático es una superfilfa de melenudos rojos y progres de salón. No sé si la erupción del Eyjafjallajökull tiene algo que ver, pero me da igual. Me parece una magnífica vendetta de la naturaleza. Más allá de los problemas personales causados, nos ha dado donde más nos duele, en el bolsillo.