los maestros de finales del siglo XII no se resignaron a los rígidos muros ni a las bóvedas cerradas. Pusieron su vista en el cielo abierto -ya fuera en la divinidad o en ideales paganos- y no en las tinieblas de la mansedumbre. Idearon una solución arquitectónica de arcos apuntados que permitía elevar las naves a alturas hasta entonces insospechadas. Y fue posible no sólo por una distribución de pesos a través de los nervios de bóveda para abrir vacíos en el muro, sino sobre todo gracias a un espíritu inconformista ante las penumbras del románico, el statu quo entonces imperante. La ampliación del pabellón Buesa Arena supera su techo y pasa por retirar la cúpula, como les avanzó ayer DNA. Es el resultado del espíritu de un equipo -desde el presidente hasta el último aficionado que vibra con una bufanda azulgrana- que decidió a finales del siglo XX no resignarse y que ha puesto a la pequeña Gasteiz en lo alto del cielo europeo. Y ha sido posible no sólo por los resultados deportivos atesorados estos años -aunque anoche se nos escapara el pase a París-, sino sobre todo gracias a lo que el Baskonia representa para el sentimiento colectivo de una ciudad decidida a romper muros. Es justo que la cúpula del pabellón que retirarán luzca como símbolo de la ciudad con bastante más justicia que ese caminante errante en busca de su identidad entre las calles San Prudencio y Dato o el mamotreto de no sé qué tenebrosa batalla que preside la plaza de la Virgen Blanca. La cúpula del Baskonia será el icono de la Vitoria inconformista.
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