HACE unas semanas el Instituto Vasco de Estadística realizó una encuesta sobre algo denominado "capital social", que no voy a explicar ahora porque no sé qué quiere decir y, sinceramente, creo que no importa demasiado. Uno de los apartados de dicho trabajo englobado bajo ese indescifrable epígrafe intentaba mostrar el grado de felicidad de los vascos, según su clase social, su ocupación y su condición. Sorpresa primera: según el sondeo, las personas que se consideran de un estrato social bajo llegan a 6,2 de felicidad, mientras los de clase alta o media-alta casi alcanzan un 8, cosa que nadie podía imaginar. Sorpresa segunda: los más felices, junto a los estudiantes, que le dan un 7,5 a su grado de satisfacción, son los ocupados (7,3), y los que menos, los pensionistas y los jubilados, con un 6,4 y un 6,8 respectivamente, datos que, sin duda, sobrecogen y aumentan nuestro asombro y desconcierto. Y sorpresa tercera: las parejas que no tienen hijos y las que sí los tienen se dan algo más de un 7, mientras que las unipersonales (estúpida manera de aludir a quien vive solo) y los residentes en colectivos, que no he logrado descubrir su significado, comparten un 6,6 en dicha. Ante esta evidencia estadística cabe pensar que el ideal de vasco feliz es un sujeto de clase alta que estudia, vive en pareja y no tiene hijos; es decir, un tipo con dinero pero que no curra, que no tiene que rendir cuentas de si pasa o no de curso y que disfruta de prosperidad sexual. ¿Dónde hay que apuntarse para vivir así?