el título del artículo podría despistar. Ni voy a hablar de artilugios relacionados con la actividad sexual, ni del apagón televisivo analógico. Para los primeros hay otras páginas. Y el segundo, es un tema del que todo el mundo hemos oído que llega, pero que nadie entiende. La cosa es mucho más simple. Voy a escribir del deporte de moda. De una especialidad que, dado el nivel y la pericia de sus practicantes, podría ser propuesta como olímpica, cuando a Madrid o a Villaviciosa de Abajo le concedan la organización de tan multicolor evento.

Me refiero al levantamiento del dedo corazón. Que según precisas acepciones del diccionario oficial de la Real Academia Española, podría definirse correctamente por el título que antecede: erección digital.

Eso de llamarle "peineta" es una horterada. Estamos en la modernidad. Y, por muy antiguo que sea el gesto, debemos bautizarle con la terminología actual que le corresponde. No seamos pazguatos. Llamemos a las cosas como se debe y no utilicemos eufemismos propios de colegios de monjas. Podría molestarle al insigne académico del sillón T, mayúscula. La más antigua erección que recuerdo la protagonizó la rejuvenecida duquesa de Alba. Los paparazzis de las revistas del corazón le asediaban con motivo de alguno de los líos de sus hijos o hija y, ni corta ni perezosa, les endilgó un levantamiento de su dedo medio de la mano derecha con el garbo y tronío que le caracterizaba hace unos años. Menos mal que fue en los albores del XXI. Si ocurre en la época de su antepasado más representativo hubiera montado un "Tribunal de los Tumultos" para cargarse a los insidiosos. En el supuesto que nos ocupa, la duquesa aplicó, a dedo alzado, el refrán ancestral de la casa ducal: "Más vale una erección a tiempo, que un pelotón de fusilamiento". Otra, relativamente más reciente, fue la de don Juan Carlos de Borbón en su visita a la catedral vieja de Gasteiz. Seguramente ud. la recordará. En la acera de enfrente -con perdón- había un grupo de manifestantes de la izquierda abertzale protestando por su presencia. El rey iba acompañado del brazo por su profesional esposa, de sus anfitriones y rodeado de la numerosa cohorte que le acompaña en sus viajes. No pudo aguantarse. Y, con un disimulo que no fue suficiente -su acción fue perfectamente captada por las cámaras y difundida por algunas televisiones- ¡zas!, erigió uno de sus mayestáticos apéndices manuales respondiendo a las imprecaciones de quienes le incordiaban, con la rapidez de experto cazador que tiene acreditada. El hecho mereció diversos comentarios escritos que -como no podía ser de otra forma ante la inconfesa censura imperante en la mayor parte de los grupos mediáticos del Estado- tuvieron en Internet su cauce de comunicación.

La erección manual de don Juan Carlos no gozó de la calidad y prestancia que demostró doña Cayetana. Fue mucho más rácana y meliflua. Reprimida. Un quiero y no puedo. Un si es no es impropio de su excelencia en la práctica cinegética. No le quedó más remedio. Su vigilante señora esposa le dirigió una mirada tan imperativa y reprobatoria que, de inmediato, el dedo retornó a la flacidez debida. La última, hace unos días, en la Universidad de Oviedo. Su protagonista, el ex presidente señor Aznar. De esta erección ha oído ud. hablar. Seguro. Reconocerá conmigo que fue impecable: mirada desafiante, "tableta" enhiesta, sonrisa irónica, brazo arqueado los grados precisos y melenilla azabache ensortijada. Y con los complementos preceptivos: terno discreto, corbata oscura y bufanda granate. Como mandan los cánones de la cutrez. Si la especialidad deportiva de la erección digital fuera olímpica la medalla de oro sería para el señor Aznar sin ninguna duda. Ganada a pulso, nunca mejor dicho. La de plata para doña Cayetana y la de bronce para don Juan Carlos.

A los pocos días de producirse el suceso doña Cayetana se disculpó por su maleducado gesto. Del rey nunca se supo. E imagino -no creo que sea mucho imaginar- que el señor Aznar actuará a su imagen y semejanza. Al tiempo. Lo malo de estas erecciones digitales es que están protagonizadas por personas de indudable relevancia social a quienes se supone educadas para aguantar imprecaciones verbales por molestas que sean. Y en dos de los hechos relatados, los personajes en cuestión cobran -al menos una parte de sus sustanciosos sueldos- del erario público. Y saber reprimirse entra dentro de sus emolumentos. Protagonizar erecciones digitales en público es obsceno. No disculparse por el error cometido, inadmisible. Y dirigirlas a quienes te pagan -porque a todos nos ofenden- de necios prepotentes. Así lo comento, porque así me lo parece.