por fin ha ganado el Alavés. Les confieso que pese a mi desapasionamiento más absoluto en lo que al deporte se refiere -será por los cientos de partidos que me he chupado todos estos años- ayer estuve cerca de dar un brinco cuando Dani Bouzas marcó el gol de la victoria en el tiempo del descuento. Me gusta que a Iñaki Ocenda, un tipo honrado y currela, le empiecen a ir bien las cosas. Me apetece que los cerca de 8.000 abonados y muchos más seguidores del histórico club vitoriano se lleven una alegría, aunque sea de vez en cuando, en medio de una etapa tan convulsa y dramática como la que están viviendo, sea por la crisis general, sea por el particular vía crucis al que les han arrastrado sus últimos dueños-dirigentes. Me agrada que el Alavés recupere el sabor de la victoria en casa más de tres meses después; y que los puestos del play off de ascenso se acerquen a un par de puntos, aunque todavía haya que adelantar a cuatro o cinco equipos en el empeño. Los resultados deportivos pueden devolvernos a Segunda -que sigue siendo una categoría menor pero que al menos está más cerca de Primera- y quizá hasta atraer el interés de algún inversor que se dé cuenta del potencial que tienen este club, esta afición y este territorio para competir al máximo nivel a poco bien que se hagan las cosas. Y me encantó especialmente que el triunfo fuera tan sufrido, que el gol llegara cuando ya casi no lo esperaba nadie, que se constatara una vez más que no hay nada más efectivo y compensatorio como la perseverancia. Lástima de Copa para un fin de semana redondo.
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