cOMO si fueran partes de hechos remotos y ajenos, la denominada Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad que conforman las tropas de EEUU y la OTAN en Afganistán -incluidos soldados del Ejército español- dan cuenta periódicamente de la muerte de civiles inocentes -la mayor parte mujeres, ancianos, niños y niñas- en sus acciones de guerra contra los insurgentes talibanes. Así, en la ofensiva militar que han lanzado esta semana al sur del país han tenido que asumir que han matado a una veintena de civiles en diferentes ataques y bombardeos, víctimas inocentes que aparecen encubiertas bajo expresiones de un eufemismo cínico como daños colaterales o muertos por error. Estos hechos acabarán en las estadísticas negras del conflicto y ocultos entre los mensajes de la propaganda oficial sobre el mantenimiento de una guerra necesaria en defensa de la democracia y la libertad para adormecer la opinión de los ciudadanos de la Unión Europea y EEUU. Pero la realidad objetiva que padecen los ciudadanos afganos se empeña en aparecer un día tras otro muy distinta. En Afganistán hay una lucha por la democracia y los derechos humanos, cierto pero ésta difícilmente puede estar representada en la imagen de las tropas occidentales, porque no es posible asumir la muerte de civiles en nombre de estos valores. El mafioso presidente afgano Hamid Karzai, quien ha revitalizado el papel de los temibles señores de la guerra al sellar alianzas para garantizarse la reelección en unos comicios fraudulentas, es la imagen de ese engaño que apoyan EEUU y Europa. El objetivo final del mantenimiento de este sangriento conflicto bélico no sería sólo la guerra contra el terrorismo, sino, sobre todo, fortalecer la posición de EEUU en la zona, con la complicidad de la UE, ante la creciente influencia de China y Rusia en el control de las materias primas y disponer de una vía rápida a Irán. Una realidad que muestra a decenas de miles de soldados enfrascados en un avispero que -como el de Irak- no parece tener salida ni final en un país con más de 30 años de guerra ininterrumpida en el que campan la corrupción, la violencia, la discriminación sexual, la pobreza y el fundamentalismo de los talibanes, pero también del régimen actual, con el amparo militar de EEUU y la OTAN.