las vallas que rodeaban el terreno de juego de un campo de fútbol fueron suprimidas tanto por motivos de seguridad de los propios espectadores (las rígidas verjas de metal causaron más de una tragedia) como por un gesto de confianza hacia la regeneración de los hinchas, que parecían vacunados ya contra el virus del hooliganismo. Sin embargo, las imágenes que ha dejado el final del partido entre Athletic y Anderlecht sacan a la luz que todavía resisten grupúsculos que trasladan su propia violencia a los estadios y a los que, por ser sencilla su identificación, sería conveniente mantener alejados de los recintos deportivos. Del ejercicio de vandalismo desplegado en San Mamés, llama la atención un hecho inusual como fue el acto, por parte de los seguidores belgas, de saltar de la grada al césped e ir a buscar el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los aficionados bilbaínos. En ese punto quedó en evidencia que la seguridad privada del club no tenía ni efectivos numéricos ni capacidad intimidatoria para frenar semejante avalancha. Y también que el departamento de Interior del Gobierno vasco no había extremado las medidas de seguridad, sobre todo conociendo que antes del partido algunos fanáticos del Anderlecht ya protagonizaron incidentes en la vía pública. La prensa belga ha reconocido en sus informaciones la actitud provocativa que esos alborotadores exhibieron durante todo el partido. Este es el segundo incidente grave que salpica al Athletic, objeto de la furia de ultraderechistas en el encuentro disputado a primeros de diciembre de 2009 en Viena. Aquel encuentro quedó interrumpido por dos ocasiones, entre lanzamientos de bengalas e invasión de campo. Este rebrote de violencia (televisado al mundo) es muy inquietante y obliga a los dirigentes deportivos y a las autoridades policiales a ponerse en alerta. No es gratuito, por tanto, que la Federación Española haya valorado la animadversión que se profesan los sectores ultras de Sevilla y Atlético de Madrid -equipos que deben disputar la final de Copa- antes de decidir la ciudad y el escenario de ese partido. Y los clubes -todos, en general- deberían tomar nota y analizar los problemas que pueden llegar a causar a la entidad esos grupos radicales a los que dan cobertura. Porque puede llegar un momento en el que ni las vallas les detengan.