S.A.R., tan preocupado por el bienestar de su pueblo, ha llamado a políticos y agentes sociales, dándoles audiencia en sus reales aposentos, para que limen sus diferencias y remen al unísono en aras de reflotar la nave patria encallada en la crisis. Ni qué decir tiene que populares, socialistas, nacionalistas y republicanos, otorgando validez a su pleitesía, han acudido a la llamada del vitalicio monarca.
Atrás quedaron los diagnósticos del cáncer que padecía el sistema monetario (gestado en las dos últimas décadas), que achacaban a avariciosos inversores, desreguladas entidades financieras e inactivos gobiernos estatales, autonómicos y municipales como gestores de la burbuja inmobiliaria y el debacle financiero. Quedaron asimismo en el olvido, las grandilocuentes declaraciones avalando, hace apenas un año, la solvencia de nuestras entidades de crédito.
No dudaron los gestores de las arcas públicas en sufragar los desatinos de nuestros próceres financieros, aunque ello no se haya reflejado en la solvencia de la gente de a pie que ve como sus ahorros se esfuman, sus deudas se multiplican y sus empleos se volatilizan.
La solución para reflotar el derrelicto en que se ha convertido nuestro doméstico peculio, al decir de los analistas que tan miopes se mostraron en vaticinar la que se nos venía encima, parece ser: contención salarial, abaratamiento del despido y recorte del gasto social. Quien se enriqueció con nuestra miseria puede estar tranquilo. Más vale que el timonel de la nación, ése que se lleva más de nueve millones de euros anuales en su graciosa nómina y que fue entronizado por el anterior autócrata, toma cartas en el asunto para marcar el ritmo, cual benéfico cómitre.
Aunque bien pensado, más que suerte, lo que necesitamos para remontar, sea un hábil tahúr que complete una escalera real en esta timba en la que se ha convertido nuestra economía.
¿Alguien duda, a estas alturas, de que se está jugando con una baraja marcada?