HE salido de las navidades un poco tocado; es decir, que me he puesto como una vaca. Aún me duran las consecuencias de los excesos pantagruélicos, que distribuyo en varias lorzas que pasan desapercibidas en los sueltos ropajes que luzco cada mañana en el tranvía. Allí precisamente, en el vagón de cola, fui partícipe involuntario de una conversación que ha reabierto mi horizonte deportivo y, por ende, la posibilidad de recuperar la figura. Dos mujeres charlaban sobre los beneficios de la bicicleta estática, la de siempre, no esos indignos aparatos que anuncian rubias neumáticas en la teletienda, justo después del cocinero enamorado de sus cuchillos que todo lo cortan, hasta los tornillos, y antes de ese afilador capaz de dejar como nueva un hacha de Santimamiñe. Pero, ay, son malos tiempos para los gastos. Las bicicletas estáticas cuestan una pasta, y este mes creo que el Ayuntamiento me pasará la cuenta de los carnés de las instalaciones deportivas. Ahora que lo pienso, quid pro quo, señores munícipes. Ya que les pago un buen fajo por los cuatro carnés piscineros, les propongo que incluyan el gasto de la bici estática en el proyecto Kronos. No sé, quizás lo puedan disimular entre el vallado del minigolf de Gamarra, el paseo perimetral de las pistas de tenis de Mendizorroza o la mampara de control de los pisos tutelados de la calle Caballo de Pica. Mientras deciden qué hacer con el superplan deportivo Kronos, podrían incluir a boli un renglón que diga "la bici del Muñoz". ¿No cuela?
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