LA negación del Gobierno marroquí de permitir el aterrizaje del avión que llevaba a la disidente saharaui Aminatu Haidar al aeropuerto de El Aaiún, desde Lanzarote, sorprendió a las autoridades españolas. Expulsada el 14 de noviembre de Marruecos, en donde se le retiró el pasaporte, encarna la lucha de una mujer contra las hipocresías nacionales. ¿Tanto teme Marruecos la defensa que hace Haidar de la dignidad de su pueblo? ¿Por qué las autoridades españolas se han dejado manejar de esta manera por un Estado que difícilmente podemos considerar democrático sin una reacción más contundente?
Una vez más, el símbolo de la lucha pacífica de Haidar por defender la independencia del Sahara, la devolución de una dignidad perdida que ningún país es capaz de asumir, se ha definido por la integridad humana. España le ofreció la nacionalidad española, así como asilo político. Por coherencia, lo rechazó. Ella no se considera española sino saharaui y sabe que su lugar está allí donde la necesitan, entre su pueblo, el exilio no es una solución a la gravedad del día a día que se vive en su tierra. ¿Por qué habría de convertirse algo en lo que no es? Haidar respondió con la decisión de llevar a cabo una huelga de hambre hasta que se le permitiera regresar sin condiciones (las autoridades exigían que aceptara que el Sahara era parte de Marruecos).
El Ministerio de Exteriores, finalmente, había logrado un acuerdo verbal con las autoridades del país vecino. El Ministerio fletó un avión para proceder a su retorno. Pero la decisión última de Marruecos, sin razones claras de por qué tras aprobar su vuelta se impidió el vuelo que la transportaba, se ha convertido en una situación harto difícil para el Gobierno español.
Una vez más, resulta evidente que España no es capaz de adoptar una política firme. La aparente fragilidad de Aminatu Haidar, consumida por la huelga de hambre, no debe confundirnos, es una mujer con una fortaleza encomiable. Sin duda, son estas heroicidades las que despiertan en las sociedades la conciencia dormida y nos desvela que, si una sola persona es temida por un Estado, es que ese Estado se fundamenta en pilares endebles. Se teme lo que se odia, a quienes portan ideas de una justicia que se es negada con reiteración hacia los saharauis.
Si una simple mujer defensora de la dignidad de su pueblo es expulsada del país, es porque los marroquíes sienten la inquietud de que prenda la chispa de su reivindicación.
Haidar, madre de dos hijos, lleva 20 años luchando pacíficamente por el reconocimiento internacional del Sahara contra la ocupación represiva de Marruecos. Ha vivido en sus carnes las torturas, encarcelada durante cuatro años en un centro secreto marroquí, padeció las vejaciones de ver cómo se le negaban sus derechos básicos. Posteriormente, en 2005, fue de nuevo detenida y condenada a siete meses de presión.
El proceso fue denunciado por Amnistía Internacional, por irregularidades, lo que derivó en que también parlamentarios europeos solicitaran su excarcelación. A partir de ese momento, Haidar se erigió en un símbolo de la búsqueda de apoyos y solidaridad en la esfera internacional para con el pueblo saharaui, convirtiéndose de tal modo en embajadora de la República Árabe Saharaui Democrática.
Ha recibido diversos galardones por su labor humanitaria. Por supuesto, su relieve no ha gustado a las autoridades marroquíes que saben que es intocable.
En una entrevista que se le hizo el año pasado, Haidar advertía que de seguir las condiciones tan deterioradas para su pueblo, sería muy natural que volvieran a la senda de la lucha armada por la flagrante violación que se hace de los Derechos Humanos.
A esto habría que sumar la incapacidad de los organismos internacionales, léase la ONU, de dar una salida razonable al conflicto. De su paso por la cárcel cuenta de primera mano cómo fue su situación: "Pasé encarcelada, sin juicio, cuatro años, con los ojos vendados, día y noche. La comida no valía ni para los animales. Fui torturada durante tres semanas. Me aplicaron corriente eléctrica, me amarraron a una silla con cuerdas, me pegaron seguidamente. En pleno invierno nos sacaban fuera y nos echaban agua helada. Los insectos vivían en mi cuerpo". En su caso no fue violada, no porque no lo intentaron, pero no siempre es así entre las mujeres.
Haidar es una activa militante que conoce de primera mano la suerte que trae consigo reivindicar la dignidad de las personas en un Estado en el que no existen las garantías legales. Tras un viaje a Nueva York, en noviembre pasado, el Gobierno marroquí optó por expulsarla. La decisión de llevar a cabo una huelga de hambre en el aeropuerto canario hizo que artistas, actores y escritores se movilizaran en su favor.
Pero podemos observar que, a pesar de todo, los principios democráticos pugnan contra la evidencia de otros intereses. Sin duda, Haidar con su decisión inexorable de proseguir con su huelga de hambre hasta retornar a su país, acomete un acto de pura valentía, con riesgo de su vida. No obstante, su decisión y ese arropamiento que ha obtenido nos permite valorar la importancia que sigue teniendo en este mundo la defensa de unos principios en los que, más allá de las actitudes gubernamentales, ha de prevalecer la dignidad humana.
Haidar encarna esa dignidad y la emplea con un magisterio encomiable, revela la incapacidad de los gobiernos por atender la demanda de la sociedad de que es hora de que también se atienda a la cuestión saharaui. Es un pueblo sometido que sufre la violencia y la tortura, que ha sido ignorado y del que ningún gobierno se ha ocupado.
España tiene una enorme responsabilidad con el Sahara y sería hora de que se volcase en admitir que la negación de Marruecos a aceptar a Haidar responde a un plan de destrucción del pueblo saharaui, que se basa en negar su identidad y en invalidar toda voz disidente. Haidar es, hoy, la conciencia de un mundo lleno de injusticias. No la dejemos morir.