EL que esto firma no suele dedicar este rincón a la polémica ni a crispar al personal, que bastante tiene con las sacudidas que cada día le dan el resto de las páginas del periódico. Más bien, pretendo arrancar una sonrisa y una leve reflexión, que es ejercicio no siempre fácil y más sutil de lo que parece. Pero no me quiero privar de entrar a saco contra el tal obispazo Juan Antonio Roig, titular de la diócesis de Alcalá de Henares, que el pasado domingo ofició una misa en Paracuellos del Jarama en homenaje a los fusilados por los republicanos en ese lugar. Me parece muy bien que se homenajee a las víctimas de la barbarie y de la pena de muerte sin juicio, sean del color que sean, y un obispo celebrando siempre da lustre al homenaje. Pero resulta que ese obispo ofició teniendo a su lado, como un monaguillo, un banderón rojigualda con el aguilucho franquista. Sin que se le moviera la mitra. Sin que le cegaran los inciensos. Predicó el obispazo, vaya si predicó, con tales nostalgias al régimen del dictador que, a la salida, el facha más facha de todos los fachas, Blas Piñar, con lágrimas en los ojos, le felicitó por su gallardía episcopal, enhorabuena, monseñor, eso es un obispo con cojones, y no como otros, que se cagan por miedo a que los socialistas les bajen la subvención. Y digo yo, ¿qué hacen Rubalcaba y Garzón, que no le meten un puro por apología del terrorismo? ¿Qué hace Ares, que no manda a la Ertzaintza a requisar el pajarraco? ¿Os imagináis a Setién o a Uriarte celebrando homenajes a los asesinados por los GAL con el ikurriñón en el presbiterio? Les caería buena.