UN clásico de la política nacional que revuelve estómagos y titulares como pocos debates lo han hecho en la historia reciente pone de relieve el choque entre dos mundos, el progresista y el conservador, cuyo estruendo deja sin efecto la cuestión más importante y decisiva de todas, a la que tarde o temprano tendremos que prestar toda nuestra atención; los menores de edad más longevos nos están aguardando.
Esta cuestión ha ido apareciendo de forma constante a lo largo de la presente década, sin que la cantidad de elementos aportados nos dejen ver aún el vistoso conjunto que dibujan. Los individuos de ambos sexos en edades comprendidas entre los 16 y 17 años ya no son lo que parecen, se han convertido en auténticos adultos dependientes. Dos factores del mundo de los mayores han transformado esta realidad de forma decisiva. Primero la caída del paternalismo socio-familiar que empezó a tambalearse en la década de los sesenta del siglo pasado, dando paso a una eclosión de libertad moral y sexual que derrumbó los viejos mecanismos que hacían que generaciones enteras apenas pudieran diferenciarse unas de otras, sin reparar en décadas o centurias. Aquellos rebeldes fueron padres y aplicaron su política liberalizadora a la siguiente hornada, descentralizando los criterios de autoritarismo y autocracia paterna hasta el día de hoy. El segundo ha sido más próximo a nuestros días, y se debe a la indiscriminada inclusión de todo individuo con algo de dinero en el voraz mundo del mercado. Es así como hemos alumbrado a una serie de pre adultos consumidores cuyos comportamientos privados gozan de una creciente libertad y efervescencia. Trabajan (no todos), pueden comprar, usan tecnología, se divierten como un mayor de edad, su cultura inmediata también lo es, son susceptibles a la violencia de género, mantienen relaciones sexuales y claro está, abortan, pero? ¿están listos para tomar unilateralmente sus propias decisiones? ¿Acaso no lo hacen ya en multitud de ámbitos a diario? Las matizaciones de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, para salvar diferencias sobre la autonomía real para poder abortar, evidencia el sonoro desgaste que produce el choque de un enfoque materialista contra un bloque agrietado de contradictorio idealismo. Superada la presente polémica, volveremos a discutir sobre la ley del menor, sobre la mayoría de edad o el derecho a sufragio, pero hemos de ser conscientes de que tarde o temprano, por la propia dinámica del utilitarismo socioeconómico en que vivimos, algunos menores llegarán a ser algún día ciudadanos de pleno derecho.
Jaime Aznar Auzmendi
Historiador y militante socialista