"No se dio cuenta de lo que había pasado hasta que sintió el dolor en la sien. Le había golpeado con el puño cerrado en la cabeza sin previo aviso, de una forma tan repentina que ni vio llegar el golpe. O quizás es que no podía creer que le hubiera pegado. Era el primer golpe, y en los años siguientes pensaría si su vida habría sido distinta de haber roto con él de inmediato".
SE trata de un extracto de la novela La mujer de verde del escritor islandés Arnaldur Indridason. Es un párrafo que aparece de pronto, casi de sopetón, al inicio de la novela. Cuando lo leí me quede paralizada por la expresión "no podía creer que le hubiera pegado". Releí el párrafo varias veces y no podía dar crédito a la casualidad, porque esa misma mañana una buena amiga me había dicho, también de pronto, ¿Has pensado alguna vez qué sentirías si de repente tu pareja te pegara?, y en ese momento, al intentar sentir una realidad que me es tan ajena en lo personal, se me encogió el alma sólo de imaginármelo.
Muchas veces hablamos de la violencia contra las mujeres desde el pedestal de la academia, de la institución, de la judicatura, del servicio social, etc., pero muchas veces, se opina desde el desconocimiento. No entendemos que una mujer denuncie y luego no quiera declarar contra su pareja, no entendemos que solicite una orden de alejamiento y luego le abra las puertas de casa, y ese no entender nos lleva a cuestionar la gravedad del fenómeno de la violencia que sufren muchísimas mujeres. Porque para entender a una mujer que sufre el maltrato (físico, psicológico, económico, sexual o social), para entender por qué lo tolera, lo soporta o convive con la agresión y la humillación constante durante años, no basta con ponernos en su lugar, porque desde ese lugar nos solemos equivocar y prejuzgamos.
Tengo otra amiga que suele decir que tiene previstos varios protocolos de actuación para saber cómo proceder cuando lleguen situaciones en las que desconoce si su estado de ánimo le permitirá actuar de forma racional. Se refiere, por ejemplo, a situaciones como la muerte de un ser querido, la traición de una amistad, o similares. ¿Por qué les cuento esta anécdota? Para justificar la necesidad de protocolos de actuación en los casos de violencia de género. Debemos saber reconocer, diagnosticar, atender, asesorar, tratar, escuchar a las mujeres que sufren maltrato desde la reflexión y el conocimiento.
Es necesario que quienes trabajan con las mujeres que han sufrido maltrato -la trabajadora social que la atiende en un servicio social de base, la psicóloga que la trata en un servicio de atención a la víctima, la abogada que la asesora jurídicamente, la fiscal que lleva su caso, la jueza que emite una sentencia, la agente de policía que recoge su denuncia o que la protege (me permitirán el uso genérico del femenino, ya que en la mayoría de los casos, quienes desempeñan esas funciones son mujeres; mujeres ayudando a mujeres)- que todas ellas, todos los profesionales, estén especializadas en violencia de género. Deben conocer las razones que explican por qué una mujer, en un caso de maltrato, da dos pasos adelante y cuatro hacia atrás. Es necesario acompañar en el proceso de duelo que sufre una víctima de violencia de género. Ese acompañamiento tiene que estar previamente establecido en protocolos de actuación diseñados desde el conocimiento real y profundo de todas y cada una de las implicaciones de un caso de violencia de género.
La violencia contra las mujeres es un grave problema social, y como tal debemos abordarlo. Hemos de plantearnos la atención a las víctimas en el corto plazo para que reciban la mejor atención social, psicológica, judicial y policial posible, para que puedan rehacer cuanto antes sus vidas. Sin embargo, también debemos armarnos de paciencia y plantearnos objetivos a largo plazo porque no podremos acabar con la violencia hasta que no cambiemos nuestros patrones culturales, hasta que el respeto no impere en las relaciones y la igualdad de oportunidades sea una realidad.
La igualdad es todavía un espejismo que dificulta la legitimación de la lucha por su consecución. Quienes creen, por el contrario, que la igualdad es ya una realidad, sólo tienen que analizar con un poco de detenimiento el fallo del jurado popular en el caso de Nagore Laffage y preguntarse por qué la sociedad, representada en ese jurado, todavía entiende que el comportamiento de una mujer, el haber asumido algún riesgo, atenúa su asesinato. Esa forma de interpretar la realidad presupone una visión sexista de lo que una mujer puede o no puede hacer, pone de manifiesto la fuerza con la que todavía imperan los constructos sociales sobre lo femenino y lo masculino y refuerza el discurso de la desigualdad desde la insoportable levedad del espejismo de la igualdad.
Una tercera amiga, una vez leído el artículo que acaban de leer, espero que a gusto, sugirió que lo terminara haciendo un llamamiento a la acción por la igualdad entre mujeres y hombres. Y siguiendo su consejo, porque suelo escuchar y aceptar los consejos de mis amigas, he optado por terminar este artículo pidiéndote, lector o lectora, que le dediques tan sólo un minuto a pensar si realmente nuestra sociedad, nuestra cultura, asume de forma realista la igualdad entre mujeres y hombres. Si tu conclusión es que no, que nuestra sociedad todavía no es igualitaria y que todavía se mantienen relaciones de dominación, te pediría un segundo esfuerzo: que dediques un segundo minuto a pensar de qué manera puedes contribuir para que nuestra sociedad sea más justa e igualitaria. ¡Muchas gracias!