La historia que nos cuenta Mikel Ayestaran Ayerra (Beasain, 1975) en las redes sociales ha conmocionado e impactado a todos sus fervientes seguidores que veíamos los platos que cocinaba la familia de Amal y Kayed. Su seguimiento de la alimentación en la masacre de Gaza le ha valido el Premio Ortega y Gasset en la categoría de ‘Mejor cobertura multimedia’ y acaba de publicar Historias de Gaza, La vida entre guerras. Lleva una dilatada experiencia en los frentes bélicos y dos décadas viajando a ese punto de la geografía también llamada la cárcel al aire libre más grande del planeta. Sobre su última publicación, dice que no quería un libro centrado en el 7 de octubre, aunque es parte de él, pero sobre todo su objetivo fue el de ofrecer un relato de una Gaza que tiene tres mil años de historia.

La Franja es el sitio más importante para los palestinos junto con Jerusalén, uno de los lugares clave de esta región. Históricamente muchos imperios han tratado de controlarla, por su posición estratégica. Es el puerto al Mediterráneo y la puerta al desierto. Desde el monarca egipcio Tumnosis III hasta Netanyahu, todos han intentado controlarla, y “ahí están los gazatíes rodeados y resistiendo como la aldea de Asterix y Obelix”, comenta.

El de Beasain ha tratado de ir más allá. Estamos en un momento muy importante para que no nos olvidemos de Gaza. Después de un año, hay mucha fatiga informativa, no estamos dentro y eso le resta mucho calor a la comunicación, por eso hay que mantener el pulso como sea, en redes, en medios tradicionales o en libros. “Tenemos que seguir hablando de Gaza”, matiza.

Platos que componen el 'Menú de Gaza'. Dalia Hammad

El hambre como arma de guerra

La información que Mikel Ayestaran recibe desde la Franja de Gaza llega con cuentagotas de su estrecha red de contactos, que le permite hacer un periodismo más cercano y directo. Sin embargo, al escribir sus artículos, la agenda está fuertemente influenciada por lo que dictan los comunicados oficiales, lo que dice la ONU o lo que informa el ejército. El verdadero conocimiento de lo que ocurre y de los sufrimientos de la gente lo obtiene a través de sus fuentes directas, aquellas voces que hablan desde el interior del conflicto.

Hay dos grandes temas que Israel trata de tapar al máximo al mantener a la prensa mundial fuera de Gaza: el número de muertos y desaparecidos, y el hambre. Mientras el enemigo ataca por tierra, mar y aire, al tiempo que prepara la emigración voluntaria de dos millones de personas, las fotos del menú diario llegan al móvil de Mikel, residente ahora en Estambul.

Detalle de unas cerillas y velas con las que cocinan.

Detalle de unas cerillas y velas con las que cocinan. Dalia Hammad

El equipo de cocina

Su equipo de cocina lo componen Kayed, Amal, Dalia, Mohamed y Monjed. Kayed es su intérprete, su amigo, refugiado en Jabalia con familia en Málaga, y está casado con Amal, que es farmacéutica y una gran cocinera, sobre todo habilidosa en repostería: “Antes de la guerra, siempre salíamos con un par de kilos de más de su casa”. Dalia es la hija y se encarga de hacer las fotos que se suben a las redes –la energía la cogen de un viejo cargador solar que han encontrado–. Mohammed y Monjed son los varones de la casa.

Al no disponer de gas, uno de los hijos se encarga de buscar la leña, que escasea, a la que luego añaden restos de plástico para avivar el fuego. Cocinan en el interior de lo que se puede llamar casa, en cacillos cerca de una ventana, pero esto les genera graves problemas de toxicidad y visión. Además, padecen enfermedades de forma sistemática, como la gastroenteritis, debido a la falta de agua potable. Otro de los hermanos tiene la tarea de buscar puntos de agua, ya que Israel ha atacado todos los acuíferos, y lo que encuentran cada día es de peor calidad.

En este trabajo en equipo realizan su menú de resistencia, compuesto por ingredientes como los guisantes de lata, habas, alubias blancas y rojas, además de arroz con garbanzos, arroz con calabaza o arroz con arroz. Este cereal ha sido indispensable, sin él habría sido imposible. Ha sido el ingrediente clave, uno de los más importantes. Kayed compró un saco de 70 kilos, y durante los bombardeos más intensos, se alimentaban con esto y con una zanahoria o una lata de garbanzos. Se iba haciendo una mezcla con lo que podían, pero la dieta básica consistía en conservas.

Una cazuela al fuego, en Gaza.

Una cazuela al fuego, en Gaza. D. Hammad

Latas y conservas

La frase que mejor han interiorizado durante todo este tiempo ha sido “mejor que el hambre”. Con ella han sobrevivido los momentos más duros de una dieta a veces monopolizada de un solo ingrediente. Las latas han sido los platos más repetidos, adquiridos en la reventa de la ayuda humanitaria, que con el paso del tiempo llega de peor calidad.

Pero también hay días de pequeñas victorias sobre los envases, gracias a los calabacines que Amal encuentra en el mercado y que han burlado la dictadura de las conservas. Y sin saber si alguna vez volverán a tener huevos. No hay más.

Otro problema que los asfixia es la falta de dinero en metálico. Las comisiones de los comerciantes llegan al 40 por ciento y la gente no puede más, mientras los rumores de un alto al fuego, que no alimentan a nadie, resuenan. Al igual que dormir, comer es una de las dos tareas que realizan todos juntos. La gran pesadilla es que uno muera y el otro quede con vida, por eso lo hacen unidos. Comen y duermen todos juntos todos los días. Mikel se emociona cuando lo cuenta.

Amal tiene una obsesión por no perder los platos tradicionales. Tiene claro que la cocina es memoria e historia. Si no disponen de ingredientes para hacer el falafel como antes, se buscan la vida para que sus hijos se acuerden de esa elaboración que se ha comido durante cientos de años en Gaza. Para ellos es esencial que perdure. Y que no lo olviden. 

Mikel Ayestaran, en un mercado de pan. Quique Kierszenbaum

Mikel Ayestaran: “En Gaza hay dos millones de personas que tienen que comer”

¿Qué diferencia hay entre esta guerra y otras que ha vivido usted?

El bloqueo. Nunca he trabajado en un sitio como Gaza y esa es la particularidad de esta guerra. Desde el año 2007 entra y sale lo que quiere Israel. Y el hecho de que te puedan someter a un bloqueo medieval hace que no entre nada… Hay dos millones de personas que tienen que comer y los comerciantes israelitas también ven negocio.

¿Hay mercado negro con comida de ayuda humanitaria?

No conozco ninguna guerra en la que no haya business. La guerra es negocio también para los que revenden la ayuda humanitaria.

¿Y cómo introducen los alimentos si hay bloqueo?

Lo primero que entra no es la ayuda humanitaria, sino la mercancía de los comerciantes israelíes. Los supermercados están llenos de productos de ellos. Los gazatíes no pueden producir ni pescar, a pesar de tener salida al mar. Los huertos que antes cultivaban, como las fresas de Gaza, que eran muy reconocidas, ya no existen. La zona de cultivo está cerca de la verja de separación, y a los agricultores se les dispara si se acercan. Han perdido el agua, la tierra de cultivo, el mar, y no tienen granjas de pollos ni de vacas, por ejemplo. Ahora dependen absolutamente de lo que les llega de fuera. Tienen txalupas, pero si intentan salir al mar, les acribillan. Durante el alto al fuego, hubo dos semanas en las que pudieron salir unas millas, y comenzaron a traer algo de pescado fresco. Pero el agua está completamente contaminada, ya que han perdido todos los sistemas sanitarios que tenían. Toda la basura va al Mediterráneo.

¿Y cómo eran los mercados de alimentos?

Recuerdo un lugar lleno de vida de norte a sur de la franja. Si tomamos Rafah como ejemplo, podríamos compararlo con Irun, un punto estratégico y el típico el business de la frontera. Gaza era vibrante, con un montón de restaurantes cerca del mar. El pescadito frito o la sopa eran maravillosos. Las tiendas de helados invitaban a la gente a pasear por los bulevares llenos de niños. Por eso, el subtítulo La vida entre guerras es tan importante. En los periódicos, en las noticias, se nos olvida que, entre guerra y guerra, también hay vida. En Gaza, la gente vivía, comía, se casaba, lloraba, se divorciaba, jugaba al fútbol... Dos millones de personas, dos millones de vidas. Por todo ello, he querido contar esa historia, humanizar a la gente que ha sido completamente deshumanizada.

La comida como memoria histórica

La gastronomía de Gaza tiene una rica tradición influenciada por la historia y la geografía de la región. La comida se caracteriza por una gran variedad de sabores, especias y técnicas de cocina que reflejan la diversidad cultural de la región. Las familias tratan de que esa memoria gastronómica no se olvide:

  • Maqluba. Un plato tradicional que se prepara con arroz, carne (generalmente pollo o cordero), berenjenas, coliflor y tomate. Todo se cocina junto y se voltea al servirlo, lo que le da su nombre, que significa volteado. Es un plato muy sabroso y contundente.
  • Musakhan. Es uno de los platos más emblemáticos de la región. Consiste en pollo cocinado con cebolla caramelizada, aceite de oliva, sumac (una especia ácida) y piñones, todo sobre pan árabe. Es un plato muy sabroso y se consume en ocasiones especiales.
  • Kousa Mahshi. Calabacines rellenos de carne de cordero o pollo, arroz y especias, que se cocinan en una salsa de tomate.
  • Hummus. Aunque es conocido mundialmente, el hummus es un plato esencial en la cocina de Gaza, hecho con garbanzos, tahini, aceite de oliva, ajo y limón.
  • Falafel. Bolas fritas hechas con garbanzos o habas molidas, ajo, cebolla, perejil, cilantro y especias, como el comino. Se sirven con pan de pita y vegetales.
  • Dawali. Hojas de parra rellenas de arroz. Son uno de los entrantes preferidos en todos los países de Oriente Medio.
  • Tabulé. Ensalada fresca que se prepara con bulgur, tomate, pepino, cebolla, perejil y menta, aliñada con aceite de oliva y limón.
  • Sambousek. Empanadas rellenas de carne, queso o verduras. Son un aperitivo o bocadillo popular durante el Ramadán o en celebraciones.
  • Kunafa. Postre dulce hecho con fideos finos o masa de hojaldre, rellenos de queso o crema, bañados en almíbar de azúcar y agua de rosas.