La donostiarra Elena Setién, de 47 años, lleva publicando música en solitario desde 2013 y ha forjado una carrera muy respetada sin salirse de los confines de la música independiente. Su último álbum, Moonlit Reveries (2024), tiene su génesis en un intercambio de bocetos musicales con nada más y nada menos que Glenn Kotche, batería del grupo Wilco, auténticos tótems del rock alternativo. Durante los meses de enero y febrero, Setién se ha aliado con el grupo estadounidense Black Duck para realizar conjuntamente una pequeña gira por la península. Además, junto al músico establecido en Bera Felix Buff, ha compuesto la banda sonora de la película Faisaien irla, que acaba de pasar por el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia y se estrena en salas el próximo 25 de abril.
¿Visitó la isla de los Faisanes alguna vez para inspirarse en la composición de la banda sonora de la película?
-La visitamos Rüdiger (el alias musical de Felix Buff) y yo para meternos en el rodaje y en la historia en cuestión. Aprovechamos para ver algunas escenas. He pasado mogollón de veces por ahí para pasear por la zona. A mi ama la historia relacionada con la isla de los Faisanes siempre le ha gustado mucho y le ha parecido muy curiosa.
¿Cómo se ha repartido las tareas con el músico Felix Buff?
-Viene dado con el proceso. Felix y yo habíamos colaborado antes, pero era la primera vez que hacíamos juntos una banda sonora y es algo que, simplemente, funciona o no funciona. Los roles se fueron definiendo por sí solos y todo salió muy bien; cada uno grababa sus partes por su lado, nos mandábamos las pistas y después las ajustábamos. Nos reunimos muchísimas veces con el director (Asier Urbieta) y la montadora (Maialen Sarasua), que es buenísima, para poder ver el resultado con las imágenes montadas.
Suena como encajar las piezas de un gran puzle.
-Al final vas encontrando un camino que el mismo proceso de trabajo te va indicando.
Hace un año la prestigiosa revista inglesa Uncut se deshacía en elogios hacia el álbum Moonlit Reveries. ¿Que la valoren en el extranjero hace el doble de ilusión?
-Que te valoren por tu trabajo siempre hace ilusión. Al ser mi discográfica de Chicago y escribir en inglés, es normal que algunos medios se puedan hacer eco. Si cantara en euskera o en castellano sería lógicamente mucho más difícil. El sello Thrill Jockey tiene una red de contactos para que pueda llegar a estas publicaciones.
¿Siente que el feedback aquí es el mismo?
-Creo que también se produce un feedback porque es una discográfica que los medios especializados ya tienen fichada. Pero se lleva a cabo por un camino paralelo. Lo que sí es verdad es que estoy en una especie de tierra de nadie; no canto en euskera ni en castellano y, además, mi sello es de fuera.
¿Si no hubiera vivido en Dinamarca tanto tiempo cantaría en inglés? Oficialmente, solo ha cantado en euskera en el EP Mirande, con letras del poeta vasco Jon Mirande.
-No lo sé. Entre la gente de mi generación, diría que se habla tanto inglés aquí como allí. Cuando me fui a vivir a Londres, donde pasé tres años, me gustaba mucho Tom Waits, por ejemplo. Las canciones que normalmente me han gustado e influido son de gente que compone en inglés.
¿El último disco fue concebido como un intercambio de ideas mutuo entre el batería de Wilco Glenn Kotche y usted?
-Obviamente, yo he sido el motor de mi disco, pero sí que mantuvimos un intercambio de ideas entre Glen y yo. Partí de una serie suya llamada A Beat a Week y me puse a escribir, basándome en unos patrones de batería de los que al final salieron un total de siete temas. La autoría y las composiciones de las canciones es mía, pero también hay aportaciones suyas y arreglos.
¿El descubrimiento de la cantautora inglesa Bridget St. John le sirvió para probar con la guitarra acústica y aparcar el piano en su último álbum?
-Puede ser. Pero es el propio trabajo el que te va pidiendo lo que se necesita en cada momento, y en este caso el teclado aparece en un plano más secundario. Tiene otro papel, está más tapado en este disco.
Sola y bien acompañada
Elena Setién transmite una sensación de inquietud creativa, eligiendo cuidadosamente cada proyecto al margen de las modas. Sin hacer demasiado ruido, la artista donostiarra, que pasó más de una década de su vida en Dinamarca, ha logrado que por ella suspiren al unísono la crítica y un público exquisito. Desde el álbum Another Kind of Revolution (2019), sus discos salen arropados bajo el manto del sello indie norteamericano Thrill Jockey.
Compone música evocadora, suave y con un punto misterioso. Su voz, una de sus grandes bazas, es asombrosamente elástica. La artista donostiarra tiene un ojo clínico para rodearse de buenos compañeros de viaje. Desde su regreso a Donostia, sus músicos acompañantes suelen ser dos pesos pesados de la escena musical vasca: el pianista Mikel Azpiroz y el batería Karlos Arancegui. Con Joseba Irazoki, otro referente del rock, ha tocado muchas veces. Además de Felix Buff y Glenn Kotche, Setién ha colaborado, entre otros, con la arpista estadounidense Mary Lattimore, el guitarrista de culto neoyorquino Steve Gunn y, durante el periodo del EP Mirande, con la banda donostiarra Grande Days y Xabier Erkizia. Erkizia también fue coproductor de su álbum de 2022 Unfamiliar Minds.
Tras cinco discos en solitario, todos distintos pero con un sello muy personal y reconocible, ¿existe un universo Elena Setién?
-El otro día tocamos en un homenaje a Pablo, un familiar querido que murió hace unos meses, mi pareja Alan, que es danés, y mi hijo pequeño. Una de las canciones era de Allan y quedó muy chula. Mi hijo, que tiene 11 años, me dijo que la habíamos elenificado. Me hizo mucha ilusión que me lo dijera y pensé que, si es así, debo de tener un estilo reconocible. Hay cantantes que son grandes imitadores de otros artistas y lo hacen perfectamente. A mí se me daba fatal imitar otras voces cuando estudiaba en el conservatorio. No podía hacerlo y me sentía mal por ello. Pero de aquella debilidad puede que haya surgido una fortaleza, que he podido ir puliendo con técnica y expresividad para poder desarrollar un estilo propio. De donde yo vengo, que es del ámbito clásico, pocos consiguen mostrar su personalidad ejecutando obras de grandes artistas clásicos. Con el jazz muchas veces ocurre lo mismo. Pero he tenido la suerte de que en Dinamarca se trabajaba y valoraba mucho la personalidad artística de cada alumno.
¿Cómo ha ido la gira con el supergrupo de Chicago Black Duck?
-Bettina (Richards), directora de Thrill Jockey, pensaba que iba a funcionar muy bien, y así ha sido. Entro nosotros ya había una base de confianza, pero todo ha salido fenomenal y el plan ahora es viajar a Chicago y poder grabar un disco juntos. Ya veremos si lo podemos llevar a cabo, porque ir a Estados Unidos cada vez se ha puesto más difícil. Con la nueva administración Trump puede pasar cualquier cosa y se ha vuelto una locura poder entrar al país.
“En la música no se debe arrojar la toalla”
¿Alguna vez pensó que podría haber llegado más alto en la música?
-No me gusta llamarlo llegar alto, porque realmente de lo que estamos hablando es de un componente puramente material y económico. Llegar alto puede ser también sentirte realizada con tu trabajo. Yo siempre he sabido que no sería una cantante pop de éxito, pero cuando empecé en 2008 había más posibilidades de desarrollar una carrera. Además, la pandemia ha hecho estragos. En la música, aquí y en Copenhague, todo funciona mucho por contactos y, para eso, tienes que estar metida en el mundillo de la noche. Cuando iba a ser madre en 2010, sabía que no podría estar metida en el ajo, pero no es algo que me haya importado. Además, combinar la vida familiar y la carrera de una artista independiente resulta complicado.
¿Qué se puede hacer? ¿Hay alguna salida?
-Lo que hay que hacer es no arrojar la toalla. Si tienes la necesidad de componer, hazlo.
Ha mencionado de pasada el golpe de la pandemia a la música en directo. En su caso, hace unos años tocaba más que ahora.
-Sí. Le ha pasado a mogollón de gente que conozco. Como decía un amigo mío periodista que es promotor en Dinamarca, la música independiente no recuperará toda su vitalidad hasta pasados diez años. Ha sido un palo. Muchas salas de conciertos también han tenido que cerrar. Y las administraciones, en cambio, han apostado por traer a artistas más populares y promover megaconciertos y macrofestivales.