Lituania a menudo ocupa las primeras páginas de los periódicos deportivos por los éxitos de su selección nacional de baloncesto –nadie puede escapar de este país sin que le muestren el moderno pabellón Siemens Arena, del club de baloncesto más famoso–. Pero este bello país báltico tiene motivos más que suficientes para atraer y conquistar al viajero, al margen de lo deportivo.  

Bailes durante una fiesta tradicional lituana. LUTZ ZIMMERMANN

Su capital, Vilna, es una urbe milenaria que rebosa encanto. Dividida por el río Neris, la zona moderna destaca por sus atrevidos rascacielos, centros comerciales, etcétera. En la otra orilla, cruzando cualquiera de sus hermosos puentes, hallamos lo más interesante: su viejo centro histórico, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad. Rodeado de sugerentes callejuelas, La Plaza de la Catedral, en el casco antiguo, está rodeada por algunos de los edificios más históricos. Estos incluyen al que sirvió de cuartel para la SS durante la II guerra mundial y para la KGB en la era Soviética, en donde torturaron y mataron a numerosos miembros de la oposición al régimen nazi y comunista. Una histórica estatua de Lenin fue retirada de la plaza en 1991 –todas las estatuas de la época soviética se encuentran agrupadas en una especie de museo privado en las afueras de Vilna–.

Edificios de la parte más moderna de la ciudad.

Edificios de la parte más moderna de la ciudad.

Las mejores panorámicas

En su casco histórico se pueden contemplar edificios monumentales, iglesias góticas, neoclásicas, barrocas e incluso bizantinas, así como su majestuosa Catedral, del siglo XV, con su curioso campanario, resto de una vieja muralla. Frente a ella, la siempre animada calle Pilies alberga no sólo numerosas tiendas y restaurantes típicos de la ciudad, sino el Teatro Nacional de Ópera y Ballet, la Universidad, un conjunto arquitectónico de distintos estilos que bien merece una visita. También palacetes como el que ocupa hoy el Hotel Shakespeare. 

Recorrer en canoa sus islas es un plan muy atractivo. MINOLTA DIGITAL CAMERA

En el camino hacia la colina de Gediminas, desde donde se disfrutan atractivas panorámicas de Vilna, es casi obligado detenerse antes en el Museo del Ámbar, donde pueden adquirirse bellas piezas o simples amuletos. Sin olvidar la coqueta iglesia de Santa Ana, de la que tanto se enamoró Napoleón que quiso llevársela a Paris. Tampoco debe nadie dejar de subir por la escalera de caracol del Observatorio Astronómico si quiere, finalmente, admirar de las magníficas vistas de toda la ciudad. Eso es como descorrer su cortina y descubrir su esencia. 

Datos útiles

Cómo llegar: Air Baltic, Lufthansa, y Czach Airlines, entre otras compañías, vuelan periódicamente a Vilna.

Dónde alojarse: Reval Hotel Lietuva, Konstitucijos pr. 20; LT-09308 Vilna. Tel. +3705 272 6272. www.revalhotels.com

Qué comer: Los platos típicos son los estafados, guisos, pastas, setas, carne y pescado, pero el plato imperdible por excelencia es el cepelinai.

Qué comprar: artículos de ámbar, cerámica artística, cristal, ropa, muñecos y souvenirs típicos (casi todas las tiendas de souvenirs se encuentran en el centro histórico).

Lugares especiales para visitar: Museo del Genocidio y Europos Parkas (Museo de Arte Moderno al Aire Libre).  

Más info: En Barcelona (c/ Consell de Cent, 355-3º. Tel. 934670225) se encuentra el centro de información turística de Lituania.

Casi la mitad de Vilna está cubierta por áreas verdes: parques, jardines públicos, y reservas naturales. Además, Vilna cuenta con numerosos lagos, donde residentes y turistas se bañan y pueden hacer asados en verano. Treinta lagos y 16 ríos cubren el 2,1 % del área de Vilna, y algunos de estos cuentan con playas de arena. El parque Vingis, el mayor de la ciudad, albergó distintas manifestaciones durante el camino hacia la democracia en la década de los 1980. Conciertos, festivales y exhibiciones también acontecen en el Parque Sereikišk, cerca de la Torre de Gediminas. 

Un músico tocando en la calle, una práctica muy habitual en Vilna.

Del otro lado del río parte la maratón anual de Vilna que pasa por calles sobre la orilla del río Neris. El área verde cercana al Puente Blanco es otro lugar popular para disfrutar del buen tiempo, y se ha transformado en un sitio favorito para modernos eventos musicales, esos donde la música impulsa la voluptuosidad de la imaginación.

En cuanto a la gastronomía lituana, lo más típico del país son los cepelinai (patatas rellenas con carne). Para terminar la jornada, siempre hay conciertos musicales –la música es una constante en Lituania– en algún punto de la ciudad. Cualquier paseo está amenizado por cultos músicos callejeros que parecen disfrutar más arrancando notas de Mozart y Wagner de sus violines que recibiendo los óbolos de los turistas. O, si se prefiere, el Skybar del Hotel Reval, en la planta 22, ofrece buenos cócteles, frente a impresionantes vistas nocturnas de la ciudad.

Una de las calles de Uzupish.

Una de las calles de Uzupish.

Uzupish, una república independiente

Atravesando un pequeño puente repleto en sus veredas de candados con los que las parejas de enamorados simbolizan su (in)quebrantable amor, se llega al barrio de Uzupish. Se trata de un curiosísimo distrito de Vilna, ocupado por gente bohemia o neohippies –artistas– que se autoproclamó república independiente. Porque sí. Porque su exótico vecindario lo decidió hace décadas. El primero de abril celebra su fiesta nacional y nadie puede acceder al barrio si no dispone del correspondiente pasaporte (no es difícil hacerse con él). Uzupish posee bandera y leyes propias, está hermanado con el parisino barrio de Montmartre, y tiene su propia Constitución, que puede leerse en las paredes del barrio, cuya primera premisa proclama: “El hombre es libre para ser vago”.

 Pegadas a los muros de la calle Literatu también puede contemplarse buen número de obras de arte, grotescas y sarcásticas algunas, con paradójicas ambiciones de trascender otras, todas ellas capaces de arrancar la sonrisa del visitante o incluso la admiración. En este insólito lugar operan galerías y talleres de arte. En la plaza principal hay una estatua de un ángel tocando un cuerno, símbolo de la libertad artística. Y, en un recodo del río Vilnele hay un boliche llamado Stopke, en el que se puede entrar en conversación con alguno de sus curiosos habitantes. “No tema, pase, –me dice uno de ellos–los soviéticos se fueron hace tiempo”.