Y Santiago “Y cierra España” Abascal, como cuenta la gente de bien avalada por su limpieza de sangre, peregrinó solo y a pie hasta el Valle de los Caídos, para ayunar y orar ante la que fuera tumba -hoy vaciada por las hordas bolcheviques- del único Caudillo verdadero que en España ha sido: Francisco Franco, Generalísimo de los Ejercitísimos por la gracia de su Cuñadísimo Serranísimo-Súñer y que nadie se mueva o disparo. Y allí, en el profundo y reverencial silencio de la grandiosa basílica, comenzó a percibir coros cuyas voces lanzaban mensajes algo confusos. “Que trabaje gratis tu puta madre, fascista”, gritaban unas... “Cara al soool...”, cantaban otras mirando a la luna (por lo visto la vida eterna confunde). Pero de pronto, una conocida y solemne voz de pito inició una alocución cuya autoridad nadie con instinto de supervivencia habría discutido. Y Santiago “Y cierra España” Abascal escuchó aquel vozarrón aflautadísimo postrado con la humildad del discípulo respetuoso, aunque aventajado (o avejentado, que esa es otra, pero sigamos).

“Descanso eterno... ¡ar!” ordenó autoritario el flautín. “Escúchame atentamente, pequeño saltamontañas nevadas: para lograr tus objetivos necesitas la ayuda de una figura histórica llamada Ramón Tamames”

- ¿Tamames? Pero si era comunista - respondió perplejo Santiago “Y cierra etc.” Abascal. A lo que la voz repuso ofendidita.

Era... Verbo bien en pasado utilizado has... “ respondió la voz en modo Maestro Yoda. “ Pero gracias a mis presidios aprendió el camino recto girando a la derecha en cada cruce y acabó viendo la luz ¡Y además aquí no se viene a ponerme pegas: se viene a obedecer! ¡Ar!”, bramó suavemente. “Hazme caso, joven fachawan”, prosiguió, “y otro consejo: siembra la confusión y el miedo entre tus allegados. Y más si son gallegos, que sé de qué te hablo y funciona como un tiro... ¡Uy, qué bien traído”, dijo satisfecha la vocecita de los cojones. Y añadió “Que la fuerza bruta te acompañe”. Y de súbito sonó con ardor guerrero la sintonía del NO-DO. Y luego, de nuevo, todo fue silencio.

Iluminado por aquella fulminante revelación, Santiago “Y... (uf, ya vale, oyes)” Abascal retornó a Madrid por rutas imperiales, aunque a pinrel, todo sea dicho. Y allí, en la sede de VOX de la capital del imperio en el que ya todos los días se ponía el sol, puso en conocimiento de su Estado Mayor -todos personas de su absoluta confianza- la revelación mística de la noche anterior. Los rictus de perplejidad fueron unánimes. Y como el silencio se adensaba y alargaba, Abascal dejó caer que el partido era él y si no se aceptaba su idea de incorporar a Ramón Tamames, eso podría implicar cambios en el organigrama. Y de pronto todo fueron porsupuestos, faltaríamases y claroquesís. Y overbooking en los baños, claro. Incluso Ortega Smith ofreció a Abascal el maletero de su carro de combate para arrojar a Tamames a sus pies. Y esposado y amordazado si fuere menester. “No: yo lo persuadiré”, respondió el presidentísimo.

Y fue así como Tamames regresó al ruedo político, con muleta pero sin capote, mientras en un rincón de Génova, silencioso y cubierto de polvo, Feijóo se preguntaba si no debería haber pasado por Cuelgamuros, disfrazado y con un ramo de flores elegante pero no ostentoso, dedicado al “Gallego del año 1936”. Como diciendo sin decir diciendo.

Y llegó el día de la moción y...

¿Continuará...?