Tras el experimento comercial y fallido de su último disco, Back in Love City (2011), The Vaccines regresan este fin de semana con su sexto álbum, Pick-Up Full of Pink Carnations (PopStock), con el que los británicos vuelven a sus orígenes, a ese indie rock de melodías y estribillos herederos de los 60, con un punto de épica y otro de rock de garaje con guitarras que funcionan como un muro.

Auténtica vacuna de festivales contra todo tipo de gripes y pandemias. Es un disco sobre “la pérdida de los sueños”, explica su líder, Justin Young, sobre estas canciones de los londinenses paridas en un estudio de grabación de Estados Unidos.

Portada del disco.

Portada del disco.

A muchos nos noqueó el debut de The Vaccines –What Did You Expected from The Vaccines?– publicado en 2011. Dijimos de él que era uno de los discos indies de aquel año gracias a pelotazos pop y guitarreros como If You Wanna o Wreckin’ Bar (Ra Ra Ra), y mantuvieron el tipo con su continuidad, Come On Age, con himnos juveniles como No Hope y Teenage Icon, como alumnos aventajados en el estudio de las discografías de Sex Pistols, The Libertines, The Strokes, Phil Spector, Blur, Jesus & Mary Chain y Ramones.

Desde entonces no han vuelto a acercarse a sus cimas creativas aunque sus discos posteriores mantuvieron el tipo y funcionaron bien –por su energía, inmediatez y efervescencia– en directo, sobre todo en festivales. Todo se torció con su último disco, el citado Back in Love City, en el que buscaron ampliar público, sin lograrlo, con una producción más comercial y el uso de la electrónica. El experimento fallido es ya pasado desde este fin de semana con la publicación de su sexto disco.

Pick-Up Full of Pink Carnations les devuelve a su mejor momento, a sus raíces, a lo que mejor saben hacer: sonar instantáneos y directos, como esos puñetazos que te dejan sin aire; en este caso por la magia sus melodías embarradas de guitarras. Y eso a pesar de la huida de su guitarrista principal, Freddie Coban. Producido por Andrew Wells (Halsey, Phoebe Bridgers) y mezclado por Dave Fridmann (Tame Impala, The Flaming Lips), el disco se grabó en Estados Unidos, cuando Young residía en Los Ángeles.

El fin de los sueños

Un sentimiento ambivalente de dudas, miedos, algo de vergüenza y un golpe de realidad exudan estas 10 canciones cuyo título está sacado de dos versos –“I was a lonely teenage broncin’ buck/with a pink carnation in a pick-up truck”– del mítico American Pie, de Don McLean. “Vivía en Los Ángeles y esa canción trata sobre la desilusión con el país, el sueño americano y la sensación de que algo había muerto”, explica el vocalista. “Supongo que me estaba enfrentando a cosas similares: mi percepción de lo que era la verdadera costa oeste de USA, después de haber crecido con una dieta de cultura pop americana. Esa fue la semilla. El disco trata de la pérdida de los sueños”, valoraba en una reciente entrevista Young.

Love To Walk Away, un himno entre el pop y el garaje de los años 60 en el que Young canta “Estás tan triste; y qué”, lo estamos todos, es “el tema central del disco”, según las propias palabras de su líder, el que marcó la dirección del resto de canciones, tanto sonora como temáticamente en un trabajo que recupera el encanto de sus inicios desde el tema que abre el álbum, Sometimes, I Swear, un indie rock de herencia claramente sesentero con teclado onírico, guitarrras mágicas que explotan en el estribillo, esa voz tan particular de Young y el encanto pop de su par de discos juveniles.

No le van a la zaga en luminosidad pop, pegada contundente de batería y guitarras descacharrantes Heartbreak Kid, Lunar eclipse –escrito en el desierto Joshua Tree y con su estribillo adhesivo como el chicle a lo Strokes– o el citado Love to Walk Away, entre el pop y el rock de garaje, de efectividad segura sobre el escenario en festivales. Discount De Kooning (Last One Standing), en el que citan al célebre pintor, es una clara invitación al baile; Primitive Man suena garajera, peligrosa y primitiva; The Dreamer, con sus magníficos coros, remite a Phil Spector…

Las más, digamos, exóticas, del lote son la funk y ochentera Sunkissed, con su guiño al Beach Boy Dennis Wilson, y Another Nightmare, con sus guitarras herederas de New Order. “Hay una diferencia entre divertirse y ser feliz, y en ese espacio entre la diversión y la felicidad está el disco”, explica Young sobre este álbum que nos habla de la necesidad de “estar conectado” a nuestros semejantes, de sentirse fuera de sitio, del dolor y la pérdida –“el camino nunca termina”, canta–, y de seguir bailando, creyendo en la esperanza “aunque la canción se haya acabado y sea el fin del mundo”.