"La guerra ha terminado”. Pocas veces habrá sido pronunciada tanto esta frase por un mandatario. Donald Trump la repitió machaconamente en su flamante gira por Oriente Próximo para la firma de la paz en Gaza. Primero las alabanzas y los aplausos de la Knesset, el parlamento israelí. A continuación, en Egipto, un panel con el lema Peace 2025 coronaba la firma de la paz y, según Trump, el “inicio del amanecer de Oriente Próximo”. Todo ello, acompañado de un coro de mandatarios internacionales dispuestos a aplaudir y corear al pacificador de Gaza. Trump en el acto de la firma afirmó que había puesto fin a un conflicto de tres mil años de antigüedad, mientras los líderes que se encontraban coreando su discurso asentían con una gran sonrisa. Pero, ¿es realmente así?
Más allá del fin del conflicto iniciado en 2023, y de la matanza de gazatíes mediante bombas y hambre, ¿estamos ante el inicio de una época de paz entre israelíes y palestinos? ¿Se ha puesto fin al conflicto iniciado en 1948 con el surgimiento del estado de Israel? Puede que se haya puesto fin a la matanza iniciada en octubre de 2023, pero parece complicado que las grandilocuentes palabras del presidente norteamericano lleven dentro de sí el germen de una paz duradera para el pueblo palestino.
Muchas son las dudas que se planean acerca del plan de paz que se supone definitivo para toda la región. En primer lugar, se debe analizar cómo se ha desarrollado la propia firma de la paz porque, ya desde la misma rúbrica, las dudas comienzan a aflorar. En 1993, en los acuerdos de Camp David, fueron los líderes de ambas partes en conflicto, Isaac Rabin y Yaser Arafat, los que firmaron el acuerdo. Poco después, a manos de un extremista judío, Rabin pagaría con su vida la firma del tratado. En el acuerdo de Sharm El Sheij, ni Benjamin Netanyahu, ni Hamás, han estado en la ceremonia, y la firma la han estampado Trump, el general Al Sisi, Recip Tayip Erdogan y el emir de Catar. Se hace difícil creer en un tratado no signado por representantes de los dos bandos en liza, partes que ni siquiera estuvieron en la ceremonia.
Trump parece olvidar que el tratar de imponer su propia visión de la región ha cosechado siempre fracasos para el gobierno de EE.UU.
Pasando a las condiciones del acuerdo, algunos puntos del mismo han sido rápidamente solventados. La cuestión de los secuestrados ha sido el primer paso: un canje de más de un millar de presos palestinos encarcelados en Israel por los rehenes que aún retenía Hamás. Los ataques masivos israelíes han cesado y parece que la tan necesaria ayuda humanitaria está comenzando a llegar de manera real y ordenada. Los alimentos y medicinas entran ya en Gaza, aunque con restricciones y pasando por el filtro israelí. Con el canje de presos por secuestrados y la entrada de ayuda, parece que el primer paso se ha dado, lo que no quiere decir que se vayan a completar las siguientes etapas acordadas.
Lo que se ha conocido hasta ahora de lo pactado sobre el futuro no parece un camino fácil. En primer lugar, la retirada hasta ciertos límites geográficos de Gaza por parte del ejército israelí y el desmantelamiento de Hamás como fuerza armada, junto al exilio de su cúpula, o lo que queda de ella. El establecimiento en la franja de una fuerza internacional que se haría cargo de la seguridad del territorio, además del gobierno dirigido por una figura internacional como Tony Blair y formado por un grupo de palestinos tecnócratas elegidos por Estados Unidos. Y para coronar todo el proyecto, la reconstrucción de toda la zona, actualmente completamente devastada, para convertirla lo antes posible en un lugar próspero y rico. Un plan, en teoría, que suena muy bien y que cualquiera lo firmaría, pero que, tras un análisis minucioso, plantea más preguntas que respuestas.
Cabe decir que parece claro que ha sido Donald Trump y su presión los que han logrado detener la matanza en Gaza. Las encuestas en Estados Unidos habían empezado a mostrar que el genocidio palestino comenzaba a hacer mella en el electorado norteamericano, a la vez que internacionalmente el apoyo al pueblo de Gaza empezaba a mermar la imagen del fiel amigo norteamericano. Por otro lado, las monarquías árabes estaban empezando a impacientarse por una inestabilidad bélica en la región que estaba dañando ya los negocios y la economía de las petro-monarquías del golfo Pérsico. Además, Irán, el gran enemigo de los jeque y reyes árabes, estaba ya debilitada tras los ataques preventivos de Israel. Era ya la hora de volver a la paz y a los negocios; el dinero debía fluir de nuevo por la región, por lo que había que lograr la paz al precio que fuera.
Lo que está menos claro es que “el amanecer de Oriente Próximo” con el que Trump se llenaba la boca en la cumbre hecha a su medida sea factible
Al mismo tiempo, Estados Unidos parece aprovechar la oportunidad para imponer de nuevo su orden en la zona. Después de que Netanyahu ya hubiese debilitado a los grandes enemigos de la región, Irán, Hezbolá y los hutíes; y con el fin de Al Asad y su régimen en Siria; ya solo Gaza y Hamás quedaban como elementos rebeldes en una región que parece haber escapado ya a la influencia iraní. Al mismo tiempo Rusia ha sido expulsada de Siria y China parece desaparecida de la ecuación. Incluso la propia Turquía, con Erdogan en papel de gran sultán, siempre independiente a la hora de jugar sus cartas en el tablero ideológico, se posicionó al lado de Trump en la firma, demostrando que Turquía está dispuesto a mantener su influencia en la zona.
Reconstrucción y negocios
Llega, por tanto, el tiempo de la reconstrucción y los negocios en la zona. De ello daba muestra la cantidad de representantes de países aliados de Estados Unidos que parecían estar en la ceremonia de Sharm El Sheij simplemente para aplaudir y dar cobertura al futuro de Gaza, alguno incluso con cara de no saber por qué estaba allí. Para entender que la ceremonia iba, también o sobre todo, de negocios baste apuntar que en el evento estuvo presente Gianni Infantino, presidente de la FIFA. ¿Qué hacía el presidente de una federación internacional deportiva en la firma de un tratado de paz? Pocas veces la presencia de una institución ha sido tan ilustrativa de los verdaderos fines de un acuerdo. Quién sabe si algún día veremos un mundial de fútbol en la futura Gaza reconstruida…
Pero más allá de la grandilocuencia, las palabras de paz y los aplausos, el futuro no parece tan prometedor. No se ha llegado a ningún acuerdo político para el pueblo palestino y no se ha acordado nada para la conformación de un estado palestino real y viable como solución del conflicto. La no presencia de ninguna de las partes enfrentadas en la firma deja claro que realmente no ha habido un acuerdo entre las partes y sería Trump quien habría impuesto la paz, o la no guerra, por una parte, a un Netanyahu que se enfrentaba a un país cansado del conflicto y a punto de una rebelión civil, y por otro lado, a una Hamás diezmada y que seguramente ya habría cumplido sus objetivos marcados antes de octubre de 2023. Pero a pesar de la tregua, para ambos bandos nada parece haber cambiado, la aniquilación del otro sigue siendo el principal objetivo de las partes enfrentadas y así es difícil acordar una verdadera paz.
Al primer ministro israelí la firma del tratado le permite detener las hostilidades a gran escala llevadas a cabo hasta ahora, que le han servido como instrumento para esquinar los procesos legales por corrupción que le acechan, además de salvarle la cara ante los extremistas. Y todo ello pudiendo decir que lo hacía a petición de Trump. La derecha ultra sionista en el gobierno, por su parte, ve frustrados sus objetivos puestos en la expulsión de los palestinos de la franja. Por ello, es posible conjeturar con que, en un futuro próximo, dejando Gaza en manos de los cascos azules o de alguna fuerza internacional, Cisjordania pase a ser el nuevo objetivo que se plantee el primer ministro israelí y así, tal vez veamos en un futuro próximo, con el fin de apaciguar a los ultras judíos, cómo Netanyahu permite intensificar el establecimiento de nuevos asentamientos ilegales de colonos en Cisjordania. En lo referente a Gaza, queda por ver hasta dónde se retirará el Tsahal, el ejército judío, y cuáles serán sus relaciones con el nuevo gobierno de Gaza. Difícil se ve una relación pacífica sostenida en el tiempo mientras los extremistas no cambien sus ideas y sus posturas políticas y se mantengan en no creer en la coexistencia entre palestinos e israelíes.
Las dudas palestinas
En el lado palestino las dudas aún son mayores. La primera, obviamente, es la cuestión de Hamás. Según los planes de paz, Hamás primero debe desarmarse, e incluso dejar a otros elementos políticos de la zona tomar la voz y el mando en la franja. Algo que parece difícil que se dé cuando el grupo islamista ha tardado muy poco en hacerse otra vez con el poder del territorio, e incluso ha comenzado a aniquilar a los distintos clanes palestinos que se rebelaron contra su liderazgo gracias al apoyo israelí. Las imágenes difundidas en redes sociales de miembros de esos clanes siendo asesinados no dejan dudas sobre quién vuelve a tomar el control de la zona. No parece creíble que el movimiento ceda a otros palestinos el poder, y menos a miembros de Al Fatah o algún país extranjero.
Quizás haya sido Hamás la que más ha ganado con el proceso de paz. El logro de sus objetivos y la presión internacional para la firma del acuerdo parecen haber sido su justificación para la aceptación del acuerdo. En 2023, Hamas lanzó su órdago para romper el aislamiento político en el que se encontraba y poner la causa palestina otra vez en primera plana. Dos años después, aunque su cúpula ha sido diezmada, junto a la mayor parte de sus militantes, Hamas ha sabido poner el problema palestino en el centro mismo de la política internacional, logrando además un apoyo que ni siquiera Yaser Arafat en su mejor época hubiera soñado. Al mismo tiempo, ha sido el movimiento armado que durante más tiempo ha resistido en un conflicto a Israel. Algo que ni el Egipto de Gamal Abdel Nasser o la Siria de Hafez Al Asad consiguieron. Además los islamistas han logrado aún más marginar de la primera plana de la lucha contra los israelíes a la Autoridad Nacional Palestina y Al Fatah, el partido que la domina. La guerra de Gaza, por tanto, le ha servido a Hamas como una intifada a la enésima potencia, un ejemplo de martirio, que mantiene viva de nuevo la lucha.
Con este logro, parece difícil que Hamás vaya a ceder el poder y las armas. En dos años de masacre constante el número de gazatíes dispuestos a sumarse a las filas islamistas ha debido aumentar.
Para cumplir con la letra del acuerdo de Sharm El Sheij, Hamas podría cambiar de siglas y mutar en otra organización, pero parece difícil que cambie su visión de que la única solución para el pueblo palestino es la destrucción del estado de Israel, y sin ese cambio de objetivo último, no parece fácil el futuro de una Gaza sin violencia. Además, es muy improbable que algún otro grupo político consiga desplazar al islamismo radical de la hegemonía en la franja. En este sentido, las ejecuciones de los clanes rivales mandan un mensaje claro, Hamás sigue mandando en la franja de Gaza. Y por mucho tiempo.
Por todo lo dicho, una paz duradera parece una meta difícil. Por ahora, la matanza a gran escala ha terminado y la ayuda humanitaria real, aunque limitada y filtrada por Israel, está llegando. Los gazatíes, por fin, tienen un respiro tras dos años de masacres continuas. Y esto, que duda cabe, es un logro. Lo que está menos claro es que “el amanecer de Oriente Próximo” con el que Donald Trump se llenaba la boca en la cumbre hecha a su medida sea factible. Más y cuando los pilares de esa paz sean la reconstrucción economía y la supervisión política de las grandes potencias. El presidente norteamericano parece olvidar que el tratar de imponer su propia visión de la región ha cosechado siempre fracasos para el gobierno de Estados Unidos.
Quizás en los acuerdos de 1993, firmados por Israel y Yaser Arafat como líder de los palestinos, es cuando se estuvo más cerca de un acuerdo pacífico para la región. Pero aquella vez fueron los extremistas de ambos bandos los que acabaron con el sueño de la paz a base de dos estados coexistentes. Aquellos mismos bandos extremistas que hicieron fracasar a los acuerdos de Oslo, son las partes que han batallado en está guerra. Y, aunque ahora, por la presión de Trump, hayan decidido parar, seguramente en un futuro lucharán de nuevo.
Aunque solo fuera por una vez, todos querríamos en esta ocasión que Donald Trump tuviese razón, que la paz arraigase en Gaza. Pero, por desgracia, el camino no parece tan fácil como nos lo quieren contar.