os amagos bélicos de Rusia en la frontera ucraniana parecen un gambito de rey, la apertura más agresiva y arriesgada del repertorio ajedrecístico.
Y lo parecen, porque el órdago ruso es tan arriesgado como lógico. Lógico, sobre todo desde el punto de vista moscovita. En primer lugar, porque desde la revolución bolchevique de principios del siglo pasado los dirigentes rusos han visto a occidente siempre como a un enemigo presto a perjudicarles y casi nunca como a un eventual socio. A esta obsesión persecutoria se suma ahora la evidencia de una superioridad militar occidental; una superioridad sobre todo de la capacidad de financiar una eventual guerra.
En segundo lugar, la nueva constelación mundial generada a finales del siglo XX por el colapso de la URSS se ve de forma casi antagónica desde Moscú y desde occidente. Para la OTAN, la Rusia actual es una potencia tan inquietante como la URSS, pero muchísimo menos poderosa. Y en estas condiciones, le parece evidente a la Alianza Atlántica que puede -casi debe- ocupar el espacio que había controlado anteriormente el Pacto de Varsovia. De ahí, los puestos antimisiles situados por la OTAN en Rumania y la promesa de integrar en la Alianza a Georgia y Ucrania.
Este análisis es compartido por el Kremlin, pero con un elemento más: la expansión territorial al Este de la OTAN la ve coherente con la correlación de fuerzas, pero dando por supuesto que la expansión de la Alianza Atlántica es un paso más hacia el arrinconamiento de Rusia.
De ahí que Putin apremie para volver al status quo logístico militar de los años 90, aceptando tan solo -por evidente- que el otrora territorio del Pacto de Varsovia sea ahora tierra de nadie. El dirigente ruso cree que la actual dependencia europea del gas natural ruso le obliga a actuar ahora.
Hasta aquí, el planteamiento ruso es coherente. Pero el gambito Putin conlleva una incongruencia y una enorme incógnita. La incongruencia es la magnitud real del envite, dada la debilidad financiera actual de la Federación Rusa. Y la incógnita es saber qué margen de maniobra política le queda al presidente ruso en el caso de que la OTAN no le haga un mínimo de concesiones.
Y es que si bien Putin domina sin discusión la política nacional, la Federación Rusa no es el Estado-policía de la URSS, donde la opinión pública era impotente. Hoy en día la opinión pública rusa puede acabar con un régimen si la crisis o la decepción, en este caso, son mayúsculas. El gran despliegue propagandístico hecho por Putin en su reclamación del "cinturón de seguridad" podría obligarle, en caso de rechazo occidental, a emprender acciones militares que le justifiquen ante sus súbditos, pero de consecuencias imprevisibles.
Ese riesgo es tanto mayor cuanto que el margen de negociación es nimio también para la Alianza Atlántica. Atender ahora unas exigencias planteadas casi como un ultimátum mermaría grandemente la credibilidad de la OTAN, y con ella, la fidelidad de los aliados del este de Europa.
De todas formas, hoy por hoy y salvo incidentes imprevisibles, el riesgo de una confrontación militar es aún mínimo. Porque Putin sabe que no podría ganar esta eventual guerra y porque la OTAN no piensa ni por asomo en perder la paz actual...