arece difícil comparar a un senador con una criada, pero es precisamente lo que le ha ocurrido al legislador Joe Manchin, senador del estado de Virginia Occidental, convertido en el garbanzo negro del Partido Demócrata, algo así como una criada respondona que no atiende a razones... o quizá en este caso tan solo atiende a lo que a él le concierne.

El año se cierra con un fracaso por parte de los líderes demócratas, tanto en el Senado como en la Casa Blanca del presidente Joe Biden, por convencer a Manchin para que vote igual que sus correligionarios.

Este fracaso refleja la fragilidad actual del Partido Demócrata, cuya capacidad de hacer presión es mucho menor que sus ambiciones de modificar la sociedad norteamericana; ni tiene mayoría en el Senado, donde los escaños están repartidos 50-50, ni goza de un amplio margen en la Cámara de Representantes, donde superan a los republicanos por tan solo el 1%, es decir, 5 de los 435 escaños.

Esta ventaja es tan pequeña que corren el riesgo de perder el control de ambas Cámaras en las elecciones legislativas del próximo año, pero sobre todo limita su capacidad de maniobrar para que se aprueben sus proyectos legislativos.

Los demócratas dominan tanto el legislativo como el ejecutivo, pues además de tener a Joe Biden EN la Casa Blanca, gozan teóricamente de la mayoría también en el Senado. El empate existente de 50-50 lo pueden romper, pues el presidente de la Cámara Alta no es uno de los senadores, sino que representa en la práctica un escaño adicional a disposición de la Casa Blanca. Según la Constitución norteamericana, el presidente del Senado no es uno de los senadores elegidos, sino el vicepresidente del país, en este caso Kamala Harris, también demócrata.

Y aquí es donde ha llegado la gran decepción para el Partido Demócrata -y la gran esperanza para los republicanos: no todos sus senadores cierran filas para seguir las consignas de sus líderes en el Congreso, ni de su presidente en la Casa Blanca.

En este caso, el garbanzo negro es el senador del pequeño estado de Virginia Occidental (WV), uno de los más pobres del país y con una población total de menos de 1.8 millones. Joe Manchin, un político bisoño que gobernó el estado durante cinco años, ha segado las ambiciones reformistas de su partido.

Votó en contra de una ambiciosa legislación que habría transformado la sociedad norteamericana con una serie de proyectos sociales que la aproximarían a la forma de vida europea: parvularios gratuitos, más ayudas familiares, subvenciones para LA atención médica, o donaciones a familias de bajos ingresos. También hay en la ley reducciones fiscales para las clases medias y altas, lo que garantiza el apoyo para el Partido Demócrata en las elites de ambas costas, que vieron subir sus impuestos con la ley fiscal promovida por el presidente Trump. Con la nueva legislación, podrían deducir de sus impuestos federales lo que han pagado en sus respectivos estados como impuesto por sus elevados ingresos, o en intereses de sus hipotecas de millones de dólares.

El costo real de esta ley es motivo de debate, pues si bien el precio marcado en su etiqueta es de 1.75 billones de dólares en los próximos diez años (1.5 billones de euros), su precio real es 0, según la Casa Blanca, o 4.6 billones (4 billones de euros), según la Universidad de Pennsylvania, o incluso más según otros estimados.

Para un país con una deuda acumulada próxima a los 30 billones, esto representaría un incremento de la deuda próximo al 15%. Cada residente en los Estados Unidos, incluidos niños y jubilados, debe casi 3.700 dólares (3.260 euros). Al senador de Virginia Occidental (WV), un estado cuyos ingresos per cápita son de tan solo 42 mil dólares, el gasto le parece excesivo.

Por si esto fuera poco, la ley también prevé abandonar las fuentes de energía tradicionales como el carbón o el petróleo, en beneficio de energías no contaminantes, algo que perjudica especialmente a WV, uno de los principales productores de carbón del país. Incluso tiene el estado esperanzas de beneficiarse del fracking, algo que se practica ya en estados vecinos y consiste en obtener gas y petróleo de las rocas inyectando agua a presión.

Tanto el presidente Biden como los líderes demócratas del Senado no han escatimado esfuerzos por convencer a Manchin de que se sume al resto de su partido y apruebe una ley que, a fin de cuentas, beneficiaría a los residentes de su estado, uno de los más pobres del país, debido a las prebendas y repartos a familias pobres.

Estos esfuerzos han sido tanto para tentar como para amenazar: desde intentar atraer a Manchin y sus votantes con las prebendas que la ley ofrece, como denigrarlo y casi amenazarlo en caso de que no la apoye. Tanto es así, que el propio Manchin pidió a Biden -en vano- que no se le mencionase, para proteger a su familia de los acosos de diversos activistas.

Lo que parecen olvidar los líderes demócratas, es que Manchin, como el resto de sus colegas, tan solo puede ocupar su escaño si tiene el apoyo, no de los colegas en Washington o de los grandes medios informativos, sino de los escasos dos millones de residentes en su estado de WV, especialmente de sus casi 1.3 millones de votantes.

Y aquí las cuentas ya no salen: el 69% del estado votó por Donald Trump en las últimas elecciones y han pasado ya 26 años desde que un presidente demócrata ganó en este estado (Bill Clinton en 1996). En cuanto a Manchin... es el único demócrata que ocupa un escaño de ámbito estatal en WV, pues la representación de ese estado en el Congreso consta de 3 congresistas republicanos y los dos escaños senatoriales que le corresponden se reparten entre Manchin y la senadora republicana Shelley Capito.

Manchin, como todos los senadores, se somete a las urnas cada 6 años. Solo le faltan dos para someterse nuevamente a este escrutinio, que difícilmente ganará si se suma ahora al programa demócrata que tiene, además, la peculiaridad de irritar a los estados interiores del país, que se sienten humillados por las ínfulas de las elites costeras.

Claro que los ataques de sus correligionarios demócratas podrían tener un efecto aún más rápido sobre Manchin, quien podría decidir simplemente pasarse al Partido Republicano. De esta forma, los que ahora son sus rivales obtendrían de inmediato una mayoría en el Senado y darían rápidamente al traste con los sueños demócratas de imprimir un nuevo rumbo progresista al país, algo que todavía intentarán hacer en los 11 meses que les quedan hasta las próximas elecciones legislativas.

En realidad, muchos se preguntan cómo es posible que el Partido Demócrata, a la vista de sus parcas mayorías, puede creer posible imponer proyectos tan progresistas que representarían cambios semejantes a los que el país experimentó en la época del presidente Roosevelt, quien impuso grandes reformas como el establecimiento de la Seguridad Social con su New Deal, porque contaba con amplias mayorías demócratas en ambas Cámaras, pues tenía más del 60% en el Senado y el 70% en la Cámara de Representantes.

La respuesta quizá esté en la estridencia de sus legisladores con grandes ambiciones reformadoras... o en el sentido práctico de que hay que aprovechar el momento, por pequeño que sea al margen de ventaja legislativa.

Todas las encuestas prevén que ambas Cámaras pasarán a control republicano dentro de 11 meses y que la capacidad ya escasa que el presidente Biden ha tenido hasta ahora para imponer SACAR ADELANTE sus proyectos, desaparecerá totalmente en noviembre de 2022.