esde los atentados contra las torres gemelas de Nueva York (11 de septiembre del 2001), EEUU ha montado un gigantesco aparato antiterrorista. Es un dispositivo desmedido; en costes, gente enrolada y en su rentabilidad.
Y no es que sea ineficaz, todo lo contrario. Lo que pasa es que los recursos destinados a prevenir atentados y conjuras terroristas son más caros que los daños materiales que evita. Tanto es así que los máximos responsables de la estrategia de seguridad a largo plazo - el temario llamado 4 + 1 - han relegado la lucha contra el terrorismo del primer puesto al quinto. Ahora las cuitas de Washington son en primer lugar China, Rusia, Corea del Norte e Irán, por este orden.
Por otro lado, si los éxitos tácticos del dispositivo antiterrorista estadounidense han sido espectaculares, estratégicamente el panorama es bien diferente: el número de organizaciones y grupos radicales anti estadounidense en el mundo es hoy mayor que nunca. En estas condiciones cuesta mucho hablar de victoria.
De victorias y no de victoria, sí que se puede hablar. Pero a un precio exorbitante : de 2002 a 2017 EEUU desembolsaron 2,8 billones de dólares en luchar contra el terrorismo en casa y en el mundo, sea directa o indirectamente, financiando y asesorando las fuerzas locales en su lucha contra los radicales del país. Y tantos éxitoss acaban por ser un arma que se vuelve contra la organización estadounidense. Por ejemplo, el registro de terroristas, sus organizaciones y gente y entidades sospechosas se ha multiplicado por 20 desde el 2001. El volumen es tal que la misma eficiencia corre peligro de morir ahogada en el alud de datos.
Todo esto es sabido y exige una respuesta urgente. La Administración Biden tiene que tomar aún una decisión. Y todo apunta -salvo grandes atentados sorpresa- a que volverán a una vieja fórmula : invertir mayormente en la ayuda a las diversas fuerzas nacionales en sus luchas contra sus respectivos terroristas. Se volverá a financiar sin grandes generosidades esta lucha y se prestará asistencia técnica. Así se ahorra dinero al erario y riesgos a los soldados norteamericanos.
Es lo mismo que se venía haciendo antes del 11 de septiembre de 2001 y no pudo impedir ni la creación de Alqaeda ni el atentado contra las torre gemelas de Nueva York. Más eficaz y mucho más económico sería concebir una política exterior que no incitea medio mundo al odio anti estadounidense. Pero Biden y su equipo no parecen ir por ese camino. Claro que hasta no lo ha hecho tampoco ningún presidente de los Estados Unidos de América.