on el principal argumento electoral perdido, es decir, la buena marcha de la economía norteamericana, el presidente Trump se enfrentaría a una reelección muy difícil si no contara con ayudas… De las élites demócratas, quienes parecen hoy tan ciegas ante el sentimiento popular como lo era Hillary Clinton hacía cuatro años.
Y es que en Estados Unidos hay algo así como una coalición no declarada de grupos con ideas semejantes, que el resto del país ve como élites arrogantes y desconocedoras de la situación de los ciudadanos de a pie.
Se trata de personajes pudientes, funcionarios, políticos demócratas y universitarios que han bebido de las mismas fuentes ideológicas: las universidades acogen mayormente a jóvenes adinerados que aprenden tanto de ideales progresistas como desconocen las realidades de quienes trabajan en fábricas y recogen cosechas, los funcionarios determinan desde las metrópolis privilegiadas de Nueva York y Washington cómo han de vivir los residentes de las zonas rurales y el Partido Demócrata está cada día más poblado por élites intelectuales.
Fuera de Estados Unidos, pocos recuerdan el grave error cometido por Hillary Clinton al llamar “deplorables” a los residentes del centro del país porque no comulgaban con el progresismo de las dos costas, o la frase del entonces presidente Obama cuando habló de la gran masa de personas ignorantes. Son gente, dijo que “se refugia en sus Biblias y sus armas”.
Obama y Hillary contraponían así a los “deplorables” y los “refugiados en sus Biblias” a los privilegiados funcionarios, académicos y financieros que entienden la sofisticación de una política de mercados abiertos. Con ello, se ponían en el lado opuesto de los millones de personas perjudicadas por cierres de fábricas y el consiguiente bajón en su nivel de vida.
En un país con un 25% de fundamentalistas que recitan la Biblia de memoria, semejante menosprecio es un enorme riesgo electoral, tanto ahora como hace cuatro años
Ahora, políticos demócratas en estados como Michigan, Wisconsin o Pennsylvania, clave para las elecciones presidenciales que se celebrarán dentro de medio año, parecen olvidar que sus medidas para continuar el frenazo económico pueden tener efectos funestos en noviembre para ellos y para su partido.
Y lo cierto es que, en estos momentos, el Partido Demócrata se perfila como el partidario de cerrarlo todo mientras que los republicanos quieren reactivar la vida normal… Y la economía.
Las estadísticas muestran que nada menos que el 60% de los norteamericanos creen que todas las empresas han de poder recuperar sus actividades y que no es el Gobierno, sino los empresarios, trabajadores y clientes, quienes deben decidir a qué distancia han de mantenerse y qué medidas protectoras han de tomar. Estas personas se consideran mayores de edad y capaces de discernir situaciones peligrosas, ahora que todos saben ya los riesgos y modos de contagio del coronavirus.
Si un 60% parece un número respetable, los demócratas que desean mantener el cierre de la economía, todavía lo tienen peor: únicamente el 26% considera que el Gobierno tiene la obligación -mucho menos, el derecho- de recortar las libertades a que ese país está acostumbrado.
La famosa frase de Ronald Reagan, un presidente tan popular en Estados Unidos como incomprendido en Europa, vuelve a circular hoy en día. Las palabras más temidas para los ciudadanos son Soy funcionario y he venido a ayudarles.
Algunos incluso piensan que los médicos deberían limitarse a su trabajo hospitalario o investigador, y dejar las decisiones a los políticos, que han sido elegidos precisamente para sopesar la situación y considerar todos los aspectos que influyen en la sociedad. Lo que no significa que la tan vilipendiada clase política goce de mayor aceptación, pues los ciudadanos más perjudicados les echan en cara, precisamente, no haber sabido actuar como políticos ante la crisis de una pandemia.