Siria a sido un territorio clave en el Oriente Medio desde hace cinco mil años y lo sigue siendo hoy en día. Lo que es nuevo ahora es que sea Rusia una de las potencias que quiere asumir el control del país.

Moscú se ha precipitado a ocupar el vació dejado en esa zona del mundo por los EEUU del presidente Trump. A estos la presencia militar allá les resultaba demasiado cara y han optado por pagar a otros para luchar por sus intereses -como en la guerra contra el Estado Islámico-, unos intereses mucho menores que hasta ahora.

La inhibición estadounidense la ha querido aprovechar también Erdogan con la esperanza de erigirse en protagonista importante -determinante- en el devenir de toda la zona. Si Ankara no previó la irrupción rusa en la política Siria o no tuvo más remedio que meter baza en la guerra civil siria a causa del alud de refugiados de ese país que han huido a Turquía -más de tres millones y medio- es difícil de decir. Pero la realidad es que Erdogan se halla en estos momentos en Siria en una situación muy similar a la de los Estados Unidos antes de la era Trump. Es decir, se ve involucrado en un avispero político y en un callejón militar que le cuestan un dineral y exigen esfuerzos militares desproporcionados.

El último episodio de este problema es la actual ofensiva del Gobierno sirio contra la región de Idlib (en el noroeste del país). Tras 10 meses de piafar, los ataques gubernamentales han tenido importantes éxitos en las dos últimas semanas. Con la decisiva ayuda de la aviación rusa, los sirios han conquistado las ciudades de Saraken y Maraat al-Numan, liberando así la carretera entre Damasco y Alepo.

La concentración en la provincia vecina de Afrin de 19.000 soldados turcos y 2.500 vehículos militares no ha podido impedir los avances del Ejército sirio. Claro que en los años anteriores, los trucos tampoco pudieron desalojar a los islamistas radicales próximos a Al Qaeda (HTS) -tal como se habían comprometido en la acuerdos ruso-turco de Sotschi (2018)- y pacificar ese territorio.

Para Erdogan, que tiene cada día mayores problemas políticos en casa, irse de Idlib con el rabo entre las piernas también puede tener un precio excesivo. Así que, en un desesperado intento de salvar la cara en casa, ha reaccionado ante el avance militar de Assad en Idlib con un ultimátum a Damasco que expira este fin de mes: si las tropas gubernamentales no se retiran hasta entonces más allá de los puestos de observación turcos (antes territorio del THS), entrará en acción el Ejército turco. De cara al público nacional, el gesto queda muy bien. Pero es prácticamente irrealizable sin el consentimiento ruso. Y Erdogan no ha ofrecido hasta ahora nada a Putin para que este abandone a Assad o, por lo menos, a Idlib.

En cambio, Ankara se ve abocado a un enorme problema humanitario si Assad acaba de ocupar todo el Idlib. Porque entonces serán cientos de miles los habitantes de la zona que buscarán refugio en Turquía. Y rechazar en la frontera una masa de tal magnitud es tarea casi imposible para las tropas, a no ser que se haga una escabechina, y aún más para los diplomáticos ante la presión internacional.