el 1 de septiembre de 1939, el buque escuela de la armada alemana Schleswig- Holstein, que se hallaba de visita de buena voluntad en el puerto de Danzig desde el 25 de agosto, comenzó el bombardeo sobre la fortaleza militar de Westerplatte que defendía la ciudad. El bombardeo estaba previsto para el 26 de agosto, pero Hitler había retrasado el ataque varios días. El acorazado comenzó a disparar sus cañones a las 4:47. Al mismo tiempo, la Luttwaffe comenzó el bombardeo de los puestos militares polacos, y tres cuerpos del ejército alemán comenzaron a entrar en territorio polaco. Aquel paso de Hitler, dos décadas después del fin de la Gran Guerra, volvía a colocar de nuevo a Europa ante la posibilidad de un conflicto a gran escala. Para ello todavía tuvieron que transcurrir unos días.
La guerra comenzó oficialmente el 3 de septiembre, cuando Francia e Inglaterra declararon las hostilidades a Hitler. La invasión de Polonia fue el paso definitivo que condujo al mundo a una nueva guerra mundial. Se culminaban años de gran tensión a nivel internacional, tensión que había llegado a su máxima intensidad aquellos últimos días de agosto. Jornadas en las que el mundo contuvo la respiración mientras pareció que la guerra podía evitarse, como relata en su magnífico libro Al borde del abismo, el historiador británico Richard Overy. Sin embargo, la conflagración no se pudo evitar y el mundo se dirigió a un nuevo desastre.
Overy relata aquellos días decisivos de manera magistral. Polonia era uno de los objetivos de Hitler en su expansión hacia el este. Históricamente Polonia siempre había estado atenazada entre los intereses de dos grandes imperios, Rusia y Alemania. En 1919, tras la derrota de Alemania y Austria-Hungría en la Primera Guerra Mundial, logró de nuevo su independencia. Las potencias vencedoras vieron en una Polonia independiente una forma de debilitar a Alemania. El puerto alemán de Danzig, gracias a los acuerdo de paz, desgajado del Estado alemán y erigido como ciudad libre gobernada por la Sociedad de Naciones, se convirtió en el acceso al comercio marítimo para Polonia, a la vez que su recuperación para el Reich la excusa de Hitler para la invasión de Polonia.
La expansión de Alemania comenzó en 1936. Primero le tocó a Renania, ocupada militarmente en marzo de 1936. Más tarde, vino la anexión forzada de Austria en marzo de 1938. El mismo año le llegó la hora a Checoslovaquia, con la excusa de la región de los Sudetes, en los que vivía población germanoparlante. Hitler buscó y logró hacerse con el control de Checoslovaquia con la aprobación de las potencias occidentales. Éstas, a pesar de los tratados militares que las unían con los checos, accedieron al acuerdo de Múnich, en el que se le permitió al dictador alemán la posibilidad de anexionarse el territorio de los Sudetes tras un plebiscito. Al final, el führer ocupó toda Checoslovaquia sin que las potencias occidentales hiciesen nada para evitarlo.
En 1939 le llegó el turno a Polonia. Gran Bretaña y Francia no podían permitir que Hitler volviese a salirse con la suya y el apoyo Aliado a Polonia tenía como objetivo advertir a Alemania de que las concesiones al régimen nazi habían finalizado. Por ello, una agresión a Polonia significaría la guerra. Mientras, Hitler estaba convencido de que las potencias europeas no romperían las hostilidades y que le permitirían expandirse por el este. En opinión del führer, los Aliados se volverían a achantarse, como había ocurrido en el caso checo. De este modo, comenzó un duelo diplomático para ver quién era el primero en torcer el brazo. Unos días en los que ambos bandos trataron de evitar la confrontación directa.
Hitler fue el que primero en dar un golpe de efecto. El 24 de agosto logró firmar un pacto con los soviéticos para repartirse Polonia. Con ello lograba poner fuera de juego a un enemigo potencial en el conflicto. A partir de entonces, como explica Overy en su libro, para británicos y franceses sólo quedaban tres alternativas. O bien Hitler renunciaba a intervenir militarmente y negociaba la cesión a Alemania por parte de Polonia de Danzig y ciertos territorios, o bien británicos y franceses permitían al dictador alemán la ocupación de Polonia todo el este de Europa. La tercera opción para los franco-británicos era la guerra y llevar a la humanidad de nuevo a un conflicto mundial. El 24 de agosto comenzó la carrera contrarreloj para evitarlo.
Tras el tratado firmado con la URSS, Hitler llegó a la conclusión de que los Aliados tenían más razones aún para abandonar a Polonia a su suerte, por lo que Alemania no tendría grandes dificultades para hacerse con el país en poco tiempo. Pero los franco-británicos no dieron su brazo a torcer. El mismo día 24, Polonia y Gran Bretaña firmaron un acuerdo de ayuda mutua en caso de agresión militar de otro país. De este modo, los británicos dejaban claro que con Polonia no actuarían de la misma manera que con Checoslovaquia. En opinión de los británicos, una actitud de firmeza con una amenaza seria de una guerra disuadiría a Hitler y lo llevaría a evitar la invasión. Aquello irritó sobremanera a Hitler y la invasión polaca prevista para el 26 de agosto se retrasó unos pocos días.
Además de mostrar firmeza, las potencias occidentales comenzaron a negociar con Alemania con el fin de buscar una salida airosa para la situación. Los franco-británicos eran de la opinión de que Hitler estaba sometido a grandes presiones dentro de su partido y del país para no ir a la guerra, y confiaban en ello para hallar una salida negociada al conflicto bélico. El führer entendía la negociación como un nuevo acuerdo de Múnich que pudiese servir a las potencias occidentales para dejar en la estacada a Polonia, y no entrar en la guerra. Por lo que decidió prepararlo todo para que el 1 de septiembre se iniciase la invasión de Polonia.
Las negociaciones fueron para Hitler una justificación de la agresión futura al plantear unas condiciones inaceptables para las potencias occidentales. Con los días de negociación, Hitler ganó tiempo para los preparativos de su plan. A pesar de que los días 30 y 31 de agosto las potencias democráticas creían todavía en una solución pacífica, Hitler ya había decidido que el 1 de septiembre comenzaría la invasión. El führer seguía pensando que los británicos y franceses no declararían la guerra. Pero se equivocó.
El primero de septiembre comenzó la invasión. El primer ministro británico Chamberlain llegó al parlamento para leer el ultimátum que se enviaría a Alemania. Aún se abrigaban unas pocas esperanzas de que el dictador alemán se echase atrás y permitiese algún tipo de negociación que evitase la guerra. La respuesta francesa a la invasión fue idéntica a la británica. París amenazó con una intervención si Alemania no se sentaba y negociaba. Para ello los alemanes debían retirarse de las posiciones polacas y devolver Danzig. Si esto no ocurría, la guerra sería inevitable.
En Berlín Hitler supuso que era un nuevo farol. Estaba convencido de que los occidentales no entrarían en guerra para ayudar a Polonia, los líderes de Francia y Gran Bretaña no llevarían a sus países a una confrontación por defender a los polacos. Era verdad que Chamberlain y Daladier deseaban evitar una guerra mundial a toda costa. Pero era verdad también que, sí dejaban a Hitler vía libre en Polonia, sabían que tarde o temprano la confrontación directa con Alemania era inevitable. Había llegado la hora de la guerra.
El 3 de septiembre, Chamberlain preguntó si había habido respuesta por parte de los alemanes al ultimátum lanzado. Los nazis no habían respondido. Y a las 11:15 el Primer Ministro británico se dirigió al país a través de las ondas de la BBC. Explicó que, a pesar de los intentos de lograr la paz, el Reino Unido había declarado la guerra a Alemania. Mientras, el embajador francés en Berlín se reunía con Ribbentrop y éste le comunicó que Alemania no aceptaba el ultimátum. A la tarde, Daladier anunció que también Francia iba a la guerra. Comenzaba oficialmente la Segunda Guerra Mundial. El mundo se abocaba de nuevo al abismo.