La semana pasada comentamos en esta misma columna la espectacular rueda de prensa de fin de año que Putin organizó para su mayor gloria personal. Decíamos que Rusia tiene necesidad de sentirse considerada, respetada y temida como potencial global. Y comentamos las bravatas de Putin de fin de año sobre los riesgos de “una catástrofe nuclear global”: “Si eso ocurre -decía Putin- podría suponer la destrucción de toda la civilización y ser incluso el fin de nuestro planeta. Espero que la humanidad tenga suficiente sentido común y sentido de autoconservación como para no llevar las cosas a tales extremos”.

Pues bien, tras las palabras han llegado los hechos, y Putin ha presentado esta semana sus nuevos misiles Avangard que podrían avanzar hacia sus objetivos a velocidad supersónica y con derroteros no necesariamente lineales. Esos misiles podrían volar bajo, para dificultar ser detectados, y podrían modificar su rumbo para confundir las defensas. Según las informaciones dadas, el Avangard tiene un alcance intercontinental y la capacidad de volar a una velocidad de hasta Mach 20, es decir a 20 veces la velocidad del sonido, o lo que es lo mismo, por si no le ha resultado suficientemente impresionante: 25.000 kilómetros por hora.

Los sistemas de defensa norteamericanos (o cuales quiera otros) quedarían inútiles y, de pronto, desfasados. Los misiles Avangard se han probado ya desde la base aérea militar Dombarovsky, en el suroeste de Rusia, allá por la zona fronteriza con Kazajistán, y han sido dirigidos a 6.000 kilómetros, hacia la península de Kamchatka.

“Rusia es el primero en el mundo en recibir un nuevo tipo de arma estratégica que garantizará la seguridad de nuestro estado y de nuestro pueblo en las próximas décadas”, dice ufano Putin al presentar estas nuevas pruebas nucleares que nos retrotraen a la Guerra Fría y su escalada armamentística entre dos países que tienen el 92% de las 15.000 cabezas nucleares disponibles hoy en día, con potencia total suficiente para destrozar varias veces nuestro planeta y hacerlo irreconocible por milenios. La agencia estatal de noticias rusas dice que se trata de una buena noticia: “Este es un maravilloso regalo de año nuevo para el país”. Se ve que unos y otros tenemos distintos puntos de vista.

Una desearía que los científicos rusos pudieran de nuevo despuntar en la ciencia básica, como antaño, o centrarse en aplicaciones científicas que fueran beneficiosas para la humanidad antes que el avance de la guerra, la destrucción y la muerte. Uno quisiera que sus tecnólogos pudieran crear empresas para mejorar la vida de sus conciudadanos, y del mundo de paso, antes que dedicarse al ciberespionaje o la cibermanipulación. Pero el pueblo ruso está dispuesto a hacer grandes sacrificios en su economía y su bienestar, cerrar los ojos a la corrupción o la falta de libertades, a cambio de tener un Estado fuerte, respetado y temido en el mundo.

Putin, lo hemos dicho arriba, decía ante el riesgo nuclear: “Espero que la humanidad tenga suficiente sentido común”. Los principales jugadores son Putin y Trump: juzgue usted mismo cómo andan ambos de sentido común. Feliz año nuevo.