Denis lleva con su novio desde los 12 años. Ahora tiene 16 y está embarazada de tres meses. Ha tenido dos abortos involuntarios previos y asegura que el bebé es deseado. Sin embargo, está triste. “Desde que me quedé embarazada, mi esposo no me hace caso, cuando llega de trabajar está siempre enojado”, lamenta la joven, que acude a un centro de atención para jóvenes en riesgo de exclusión, ubicado en una zona conflictiva cerca de San Pedro Sula, una de las ciudades con más homicidios del mundo.
Con el embarazo también se ha mudado a vivir con sus suegros, una situación que no le agrada. “(La mara) protege la colonia, es más tranquila. En la de mi familia hay más inseguridad, sufrí tres asaltos en la noche”, explica. “Mi primo está en la cárcel pagando por el delito de un pandillero, eso pasa aquí. Si no asumes la culpa, te matan”, añade, con naturalidad.
Las chicas que se quedan embarazadas son expulsadas del colegio, por lo que este centro se convierte en su única oportunidad. Denis está sentada junto a cinco compañeras de clase de 16 y 17 años; todas estudian belleza. Están en periodo de prácticas, pero ellas no pueden realizarlas por diversos motivos. Denis y Olga, por estar embarazadas; el resto no quiere decir por qué. De hecho, la joven de 16 años es la única que se atreve a hablar delante del grupo. Romper el muro de silencio entre las adolescentes resulta imposible. Solo responden de forma abierta y categórica a una pregunta: ¿Os gustaría migrar a Estados Unidos? El sí es rotundo.
Estas mujeres arrastran en su mochila embarazos adolescentes, violencia, machismo, problemas familiares... No confían las unas en las otras, ni tampoco en la gente. “Les resulta difícil contar sus cosas de manera abierta porque han sido maltratadas de una u otra manera”, explica la directora del centro.
Problemas familiares Karina vive con su abuela paterna. Su padre está en Estados Unidos y su madre no tiene recursos económicos para hacerse cargo de ella. “Mi abuela está siempre enojada y no sé por qué. A veces, me corre de la casa. La última vez fui con mi mamá, pero su esposo se enfadó y estuvieron dos semanas sin hablar”, se arranca a hablar, ya apartada del grupo y entre sollozos. En una ocasión, su abuela dejó de pagarle los estudios. “Ahora ya estaría graduada”, lamenta. Le gustaría poner un salón de belleza, “pero me da miedo la extorsión”. A pesar de que sus ganas, no tiene esperanzas de vivir en Estados Unidos con su padre, porque “él tiene otra familia allá”. Se siente sola y atrapada. “Aquí no se puede vivir. Solo cuando estoy aquí soy feliz”, reconoce, y su llanto se vuelve incontrolable.
Entre una de las ofertas del centro, está la atención psicológica. “Es un centro mixto, aquí vienen muchas madres adolescentes, chicos con problemas de drogas... Su día a día son malos tratos, falta de cariño, violencia. Son rechazados por la sociedad y el centro se convierte en su única alternativa. Muchos chicos vienen también porque aquí servimos un almuerzo y es la única comida que hacen al día”, describe la profesora de habilidades para el trabajo.
Karina es inteligente y cariñosa. Dice que no quiere ser madre joven, a ella lo que quiere es graduarse. “Casi todas las chicas de mi barrio se han quedado ya embarazadas. Muchas chicas ven los embarazos como una forma de salir de sus casas, donde tienen muchos problemas”, explica. Algo parecido le ocurrió a Joana. “Mi papá me grita y dice palabras feas. Yo quería irme de la casa. Con 15 años conocí a un chico y me quedé embarazada. Durante un tiempo vivimos con sus padres, pero después tuve que regresar a mi casa con mi hijo”, relata. La relación con su padre sigue siendo mala; ahora, además, le recrimina haberse quedado embarazada. Tiene 17 años, un hijo de dos años y no cuenta con la ayuda de su expareja para sacarlo adelante. “Me siento atrapada”, reconoce.
Madres jóvenes “En los centros escolares no hay guías de educación sexual y reproductiva. Se ha intentado en muchas ocasiones, pero, lastimosamente, el Congreso responde a los grupos religiosos y fundamentalistas del país”, sostiene Carolina Sierra, del Foro de Mujeres por la Vida de San Pedro Sula. En Honduras también está prohibido el aborto en todos sus supuestos. “Es normal en las comunidades e incluso en los barrios de las zonas urbanas ver a niñas de 12 o 14 años que están embarazadas. En muchos casos son parte de familias numerosas y estas no denuncian la violencia sexual. Hay hombres mayores que se llevan a las niñas y las familias lo permiten por la situación de pobreza y precariedad en la que viven”, continúa. La violencia sexual al interior de las familias también es común, como lo es la desprotección en la que se encuentran las víctimas.
“Está normalizado ver una niña de 14 años con un hombre de 25 o 30 años. El hombre, simplemente, se la lleva, la embaraza y, posteriormente, la deja. En otros lugares a esto se le llamaría violación, aquí es normal”, pone como ejemplo.
Olga asegura que su embarazo es deseado, pero luego reconoce que “muchas veces los chicos te presionan para tener sexo y no quieren ponerse protección”. Al igual que Denis, vive en la casa de su novio, quien este año intentó llegar a Estados Unidos, pero fue deportado desde México. “Si lo vuelve a intentar, me iré con él”, dice. Allí tiene familia, explica. Vuelven a juntarse todas y a la pregunta de si son felices, primero lanzan un sí tímido, después un “a veces” y, al final, terminan reconociendo que “eso aquí es difícil”.
Feminicidios. De 2002 a 2017, un total de 5.873 mujeres perdieron la vida. El periodo más violento para las mujeres fue el mandato de Porfirio Lobo de 2010 a 2013, con 2.139 víctimas. De enero a julio de este año, 224 mujeres fueron víctimas de la violencia machista.
Monitoreo de medios. Los medios de comunicación han informado de 150 casos de feminicidios entre enero y agosto de este año. Un tercio de las víctimas tenía menos de 25 años, siendo el grupo de edad más afectado por la violencia.
Tipificación del delito. En Honduras, el Congreso Nacional aprobó el delito de femicidio en el año 2013. Dos años después empiezan a entrtar los primeros casos a los tribunales. En cuatro años, desde enero de 2015 hasta mayo de 2018, han entrado 33 casos y se han dado resolución a 12: diez sentencias condenatorias y dos absolutorias. En ese mismo periodo, el Observatorio del Foro de Mujeres por la Vida registró un total de 1.569 casos de feminicidios. “Prefieren seguir llamándolo crimen pasional o simplemente homicidio”, explica Carolina Sierra.
Impunidad. En Honduras, las cifras más optimistas calculan la impunidad en el 86%; las más pesimistas elevan la cifra al 98%.