Cuando en agosto de 2010 Dilma del Pilar conoció la masacre de San Fernando, el corazón le dio un vuelco. Hacía siete meses que no tenía noticias de su hija Olga y rogaba que no estuviera entre los 72 ejecutados por el grupo criminal Los Zetas en el Estado mexicano de Tamaulipas. “Me reventaba la cabeza”, rememora.

Fue entonces cuando escuchó por primera vez que un grupo de madres de El Progreso (Honduras) se había organizado para buscar a sus hijos e hijas desaparecidas en la ruta migratoria hacia Estados Unidos. Cofamipro nació en el año 2000 del llanto, del dolor y de la tristeza de estas mujeres; también de su determinación por encontrar a sus seres queridos. “Lloramos cuando se van y cuando aparecen, pero de alegría. Mi hija llevaba cinco años desaparecida y me hacía tanta falta. Cuando iba a dormir, echaba en falta esa voz que me decía ‘buenas noches, mami’. Yo sabía que algún día la iba a encontrar”, explica Edita Maldonado, una de las fundadoras.

Rosita tenía 25 años cuando dejó Honduras en 1995 con su pareja y un hermano de 17 años. “En Tapachula (Chiapas) se separaron porque la migra los persiguió. Ellos siguieron hacia Estados Unidos y llegaron hasta Los Ángeles. El zipote (niño) pidió ayuda en un asilo de niños y ahora tiene la ciudadanía”, narra la mujer. Su hija, en cambio, no corrió la misma suerte. Ese mismo año recibió una carta desde Tapachula, se había quedado a trabajar en México. Desde entonces, ni una letra más.

Durante cinco años, Edita vivió con la angustia de no saber dónde estaba su hija, pero mantenía viva la esperanza. El mismo año que fundó Cofamipro le llegó otra carta de Rosita desde Chiapas, había escrito a su madre regularmente, pero sus misivas nunca llegaron al destino. Madre e hija retomaron el contacto y Edita estaba feliz. “En 2004 me llamó para que fuera a buscarla. Estaba muy enferma. Perdió el habla, el tacto, la vista, estaba como un vegetal. Me la traje a Honduras, pero me duró apenas dos meses, el 29 de diciembre se me murió. Yo digo que por causa de la migración perdí a mi hija”, lamenta la mujer. Edita aún recuerda a su pequeña. Cada año confecciona tres ramos de flores y una corona en el aniversario de su muerte. “Platico con ella, el otro día le decía: ‘mira hija, aquí está tu ropita bonita, tu vestidito bonito’. Han pasado muchos años de su muerte, pero parece que fue ayer”, subraya.

Edita tiene otros siete hijos, cinco de ellos en Estados Unidos. Un sexto se sumó en marzo a la caravana del Viacrucis del Migrante, que parte cada año de Centroamérica, “pero lo agarró la migra”. “Cuando se iban los zipotes, compraba unas candelas y cada día prendía una. Si veía la lucecita marchita, me hincaba en oración, porque eso significaba que estaban en peligro. Mientras que la candela estaba bonita, mis hijos estaban bien en el camino”, explica Edita. “Se sufre tanto...”, reflexiona.

Caravana de madres Cada año, las madres de desaparecidos organizan una caravana por México para buscar pistas sobre sus hijos. “Llevamos las fotos de nuestros hijos y las tiramos en parques o las colocamos en postes. Buscamos pistas y a través de ellas han aparecido varias personas, no te digo ahora con las redes sociales”, explica Edita, que ha participado en todas hasta hace cuatro años. La caravana de 2017 concluyó con siete encuentros. El de Dalia del Pilar y su hija Olga fue uno de ellos. Llevaba siete años sin noticias. La joven desapareció el 10 de octubre de 2009; se fue una mañana a trabajar y no regresó. “La busqué en hospitales y en la morgue. A los tres días fui a la policía pero no me escucharon”, señala su madre.

Tenía 26 años y dejó cinco hijos. “Quedaron bajo mi responsabilidad. Dejó unas gemelas de dos añitos, una mamaba pepe (biberón), pero la otra solo pecho. La niña aguantaba hasta que ella venía del trabajo para mamar su leche. Cuando ella se fue yo no hallaba qué hacer, yo lloraba todas las noches con mis zipotes, se me pusieron delgaditos, pálidos, no querían comer, les hacía falta su madre”. Cuando su hija desapareció, Dilma del Pilar no tenía más que 50 lempiras (dos euros) en casa. Había sacado adelante a seis hijas vendiendo tortillas y así tuvo que hacerlo también con sus cinco nietos. “Una de mis hijas me ayudó mucho, le estoy muy agradecida”.

La mujer no tuvo noticias de Olga durante quince días. Entonces recibió una llamada y supo que estaba en México. Había empezado a trabajar en Tapachula y comenzó a mandar dinero cada mes. Sin embargo, en enero de 2010 le volvió a perder la pista. Ni dinero, ni llamadas, ni cartas. Así durante siete años. Dilma del Pilar estuvo en cinco caravanas de madres centroamericanas, recorrió cientos de kilómetros en busca de su hija, tocó todas las puertas posibles. “Gracias a Cofamipro y al psicólogo, que me han ayudado bastante”, subraya.

Las pistas la llevaron hasta un número de teléfono de Tuxla Gutiérrez, en Chiapas. “Mi hija pequeña está viviendo en Tapachula y llamó. Al principio le dijeron que no conocían a ninguna Olga, pero ella insistió y consiguió hablar con su hermana”. Ese día se despejó la duda. En Honduras, Olga trabajaba en una maquila de San Pedro Sula, el sueldo no le alcanzaba para mantener a sus cinco hijos y un vecino llevaba un año amenazándola. “Aquel día, cuando bajó del autobús, aquel señor la estaba esperando con una enorme navaja, quería matarla, menos mal que pudo escapar, agarró otro autobús y volvió a San Pedro Sula. En el viaje conoció a una mujer que se iba de mojado (con coyote) a Estados Unidos y, como era el día de cobro y tenía 1.000 lempiras (unos 35 euros), se fue con ella”. “Mi hija se fue por las amenazas y la pobreza”, explica Dilma del Pilar.

La mujer esperaba ansiosa la caravana de 2017. Era el momento del esperado reencuentro. Sin embargo, dos meses antes de partir hacia México, la comunicación entre madre e hija se perdió de nuevo. Dilma del Pilar no entendía nada, estaba de nuevo desolada. El 5 de diciembre llegó a Tuxla Gutiérrez y junto a Rubén Figueroa, del Movimiento Migrante Mesoamericano, e Iveth Pineda, coordinadora de las madres hondureñas, recorrió las calles que Olga le había mencionado y colocó carteles con una foto reciente que le había enviado por Whatsapp. Llegó el día de abandonar la ciudad chiapaneca para continuar la marcha y Dilma del Pilar no había encontrado su hija.

El 17 de diciembre, un día antes de su regreso a Honduras, las madres estaban en Tenosique, Tabasco. Sin que la mujer supiera nada, Rubén e Iveth habían regresado a Tuxla Gutiérrez y habían encontrado a Olga. La joven, que entonces tenía 36 años, entró en la sala y entre aplausos se acercó a su madre. Ambas se fundieron en un inmenso abrazo en medio de los gritos de las otras mujeres: “Sí, se pudo”. Lloraron y rieron. La mujer conoció a los otros dos hijos de Olga y supo que esperaba un tercero.

Pero desde aquel encuentro Dilma del Pilar no ha vuelto a hablar con su hija. “He sabido que su esposo es quien la ha aislado”, cuenta la mujer desconsolada. Ahora, Dilma del Pilar solo quiere que su hija regrese a Honduras con sus tres hijos nacidos en México. “Somos pobres, pero no puede ser que mi hija tenga esa vida allá”. Sus cinco hijos saben que su abuela ha encontrado a su madre, pero desde hace años no hablan de ella en casa. “Esa es la historia de Olga, por pobreza y amenazas se fue y ahora no sabemos qué será de ella. Me siento triste, preocupada”.

Casos abiertos. Cofamipro tiene 589 casos abiertos actualmente. Su coordinadora es Rosa Nelly Santos, quien buscó a su sobrino durante 17 años y lo encontró durante la caravana de 2010. La asociación está formada por unas 80 mujeres, que realizan asambleas cada dos meses. Las caravanas se realizan durante el último trimestre del año, llevan 14.

Hallazgos. Desde 2000, han encontrado a 270 personas y 80 restos de desaparecidos.

Viaje al origen. Unas 7.600 personas son expulsadas de Honduras cada mes debido a la pobreza y la violencia. Tras caminar junto a la caravana migrante que se encuentra en estos momentos en México, DNA viaja al país centroamericano de la mano de la ONG vasca Alboan para conocer la realidad de este país de 8,5 millones de habitantes.