Quienquiera que contemple superficialmente la política rusa de EEUU se creerá de entrada que el coloso estadounidense no sabe lo que quiere de Moscú. Y no son sólo las alternancias de amor y odio exhibidas por Trump, sino que a veces -como en el caso de las últimas sanciones a cuenta del atentado tóxico de Salisbury (Reino Unido)- parece que se busque una crisis sin salida.
Un análisis más profundo halla otra explicación; se trata de unas relaciones tan complicadas porque son entre tres y no entre dos: Trump, el Congreso norteamericano y Putin. Y por si fuera poco, la desconfianza mutua entre Rusia y EEUU ha sido una constante en estas relaciones bilaterales desde el primer tercio del siglo pasado. Pese al sistema presidencialista de EEUU, el auténtico poder en ese país es el del Congreso y ese sigue una línea política mucho menos impulsiva que la de Donald Trump.
Porque el actual presidente tiene -entre otros muchos- un “problema ruso” interno (la presunta intromisión de los servicios secretos rusos en las últimas elecciones norteamericanas) y las próximas elecciones legislativas dan a este tema una virulencia especial. Se trata de defender al máximo los intereses políticos y económicos del país en el mundo, pero también trata medio Congreso de desgastar cuanto antes y cuanto más a Trump.
Y para los dos temas, Rusia es un excelente campo de batalla. Este país ya no es la superpotencia de los años 50, pero el empeño del Kremlin de volver por los fueros de antaño es evidente desde Siria y Europa del Este hasta el importantísimo mercado europeo de los hidrocarburos (óleo y gasoductos a la RFA). Las sanciones decretadas por el Congreso sirven tanto para frenar las ambiciones rusas como para -eventualmente- poner coto a las de Trump de cara a un segundo mandato.
El punto flaco de este planteamiento es la fragilidad económica de Rusia. Putin no ha logrado incrementar mucho más el potencial industrial del país que sigue dependiendo grandemente -casi como en tiempos de la URSS- de la exportación de materias primas e hidrocarburos. De ahí que las sanciones inmediatas y las anunciadas para dentro de un trimestre si Moscú no garantiza -y permite que se verifique- la destrucción de todos su arsenal químico, (cosa incompatible con el orgullo del Kremlin y del pueblo ruso) hayan conmocionado ya la economía rusa. Así, la cotización del rublo cayó a valores de hace dos años (66 por dólar), el valor bursátil de los bancos rusos sufrió caídas cercanas entre el 8% y el 3% y suerte pareja, o peor, corrió Aeroflot, la principal compañía aérea rusa. Evidentemente, ni en Washington ni en Moscú se busca una guerra fría como la del siglo pasado, pero está también claro que el Congreso cree que apretando ahora el tornillo de las sanciones se puede relegar las ambiciones políticas del Kremlin a un posición más concorde con el auténtico potencial económico y militar de Rusia.