Washington - No habían pasado ni dos días desde la primera visita de estado de la presidencia de Donald Trump, quien festejó con dos cenas de gala, mimó, abrazó y hasta besó a su bien amado huésped, el presidente francés Emmanuel Macron, cuando a la Casa Blanca llegó la canciller alemana Angela Merkel.

La rueda de prensa conjunta de Merkel y Trump hacía pensar en la cenicienta, aunque en este caso en vez de madrastra había un padrastro quien, esto sí, la trató mejor que en su visita anterior, cuando ni siquiera le quiso dar la mano.

Esta vez, Angela Merkel, primera ministra del país más rico de Europa, llegó a la capital norteamericana después de una elección reñida, de meses haciendo equilibrios para formar gobierno, y con un protagonismo ocupado por su vecino francés, a quien Trump sin duda estaba agradecido por la invitación del año pasado a las celebraciones del 14 de julio cuando el resto de Europa le daba la espalda.

Su deseo de congraciarse con Trump no la llevó al punto de proclamar su apoyo a todas las posiciones del ocupante de la Casa Blanca? Pero casi: Merkel prometió que Alemania gastará más en defensa; casi pidió perdón por el superávit comercial alemán;, felicitó a su anfitrión por los éxitos de la política coreana y admitió que los acuerdos con Irán tal vez puedan revisarse y mejorarse.

Incluso cuando los periodistas alemanes hicieron alguna pregunta crítica para Trump, Merkel insistió en que Alemania es un país rico, ha superado ya las dificultades de la reunificación y puede y debe pagar más en gastos militares, pues reconoció que su país no llega al 2% del presupuesto que los países de la OTAN han prometido destinar a defensa.

Merkel entonó la canción que deleita a Trump, de que es preciso equilibrar la balanza comercial, ahora muy favorable a Alemania y aseguró que ya se han empezado a tomar medidas en este sentido. En cuanto a Irán, se mostró más dispuesta a seguir la línea de Trump que Macron, quien en su discurso al Congreso -un honor especial que se ha ofrecido a menos de 50 personas en la historia del país- expresó su convicción de que romper el tratado con Teherán sería un error.

Trump ha de estar satisfecho de que Berlín decida aumentar su presupuesto militar, pero probablemente desea una política alemana diferente con respecto a Rusia, especialmente en las exportaciones de gas y petróleo. Un punto que, probablemente, para el gran alivio de ambos mandatarios, nadie planteó durante la rueda de prensa posterior. Otra música celestial para los oídos trumpistas fueron las declaraciones de Merkel de que tal vez sea conveniente negociar acuerdos bilaterales con Estados Unidos, en vez de acuerdos con bloques de naciones como los que ha denunciado o boicoteado el presidente norteamericano: el NAFTA en Norteamérica, la Alianza Transpacífica, o los acuerdos que nunca se firmaron con la Unión Europea.

Es posible que Trump confíe en aumentar las exportaciones americanas y reducir las importaciones desde Alemania, pero la realidad puede ser un obstáculo: si Estados Unidos ha de importar acero, generadores y alta tecnología de Alemania es porque los norteamericanos han dejado de fabricar lo que sus empresas de alta tecnología necesitan. Y el consumidor de la calle prefiere comprar Toyotas y Hondas o Mercedes y BMW que los coches plagados por frecuentes averías fabricados por la industria automovilística local.

Las balanzas comerciales tardarán años en variar -si es que lo hacen- pero de momento la cenicienta Merkel consiguió que, a falta de celebraciones por su llegada, o las cenas en honor de Macron, una de gala en la Casa Blanca y otra “intima” en lo que fue la casa del presidente Washington, su padrastro al menos la invitara a un discreto almuerzo de trabajo.