El presidente Raúl Castro, que se retira tras doce años al frente de Cuba, ha vivido buena parte de su existencia a la sombra de su hermano Fidel, pero la llegada al poder le descubrió como un militar pragmático que abrió la isla a cambios económicos y políticos impensables durante décadas. El deshielo con Estados Unidos tras más de medio siglo de enemistad, las reformas que abrieron un resquicio a la economía de mercado o el impulso a medidas sociales anheladas por los cubanos quedan en la hoja de servicio del general.
En 2006, Fidel Castro le traspasó temporalmente el poder por su enfermedad y en 2008 asumió oficialmente el mando tras renunciar su hermano a todos sus cargos.
Llegaba la hora Raúl el terrible, como lo calificaron algunos biógrafos no autorizados, como el exanalista de la CIA Brian Latell, quien durante décadas estudió las personalidades de los hermanos Castro. Pero quienes aventuraron una prolongación de las decisiones y modos férreos de Fidel, erraron: 18 días después de asumir la presidencia interina, Raúl lanzó el primer mensaje de reconciliación a Estados Unidos y un mes después de su designación oficial acometió las primeras reformas.
Sus decisiones supusieron un radical giro de timón y contribuyeron a cambiar, al pausado ritmo caribeño, el panorama en la isla y a facilitar la vida del isleño. La eliminación del permiso de salida al extranjero y la ampliación del trabajo autónomo llevaron su firma; también levantó prohibiciones de décadas, como las de comprar un coche, una vivienda, poseer un teléfono celular o un microondas. También destacó su empeño en fomentar la inversión extranjera para oxigenar la maltrecha economía: recriminó a la cúpula de la isla sus prejuicios y reconoció que Cuba no podía culpar de sus males al embargo estadounidense.
Sonada fue, en 2009, la fulminante destitución del vicepresidente Carlos Lage y el canciller Felipe Pérez Roque, quienes sonaron como delfines del castrismo.
Su legado lo protagoniza el deshielo con Estados Unidos, plasmado en la reapertura de embajadas, acuerdos y la visita del entonces presidente, Barack Obama, a La Habana en 2016, una entente cordial truncada por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. De su pragmatismo habló también aquella vez que en pleno periodo especial, ante una población que sufría la escasez, espetó: “No me canso de predicar que los frijoles son tan importantes como los cañones”.
Nacido en Birán, al oriente de Cuba, el 3 de junio de 1931, Raúl Modesto Castro es el menor de los tres hijos varones del gallego Ángel Castro y la cubana Lina Ruz, también padres de otras cuatro mujeres. Pese a los cinco años de diferencia con Fidel, siguió sus pasos desde la universidad al unirse a la oposición a Fulgencio Batista y cuentan que su padre, además de un disgusto, se llevó una sorpresa al saber de las actividades clandestinas de su hijo menor. Exiliado en México tras el frustrado asalto de 1953 a los cuarteles orientales Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, preparó junto a su hermano y a Ernesto Che Guevara el desembarco del yate Granma.
En la Sierra Maestra comandó el II Frente Oriental Frank País, la forja como militar del hombre que después organizó y por décadas dirigió, como ministro, a las todopoderosas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba. Raúl asumió, tras triunfar la Revolución, la primera vicepresidencia de los consejos de Estado y de Ministros, lo que le convirtió en el número dos del país.
El resolutivo general construyó metódicamente un ejército que convirtió en la institución más respetada del país, compuesto por soldados-empresarios del que surgió una élite militar-gerencial que dirige las principales empresas estatales y que ha ido aumentando su poder e influencia en lo que algunos analistas han llamado “la etapa castrense del castrismo”.
Poco se ha escrito sobre la personalidad de Raúl, poco dado a discursos, confidencias, y menos a entrevistas: su aversión por la prensa es notoria. Abrazó la institucionalidad y ha limitado su presencia pública, aunque se le atribuye un humor socarrón. También encarnó, bajo incontables acusaciones de represión, la mano dura de la revolución, de la que ha sido El Puño, como en 1960 lo definió la revista Time en un reportaje en el que añadía que “el Che era el cerebro y Fidel, el corazón”.
Raúl Castro blandió por décadas la batuta de las omnipresentes inteligencia y contrainteligencia cubanas, cuando estas se tuteaban con la CIA estadounidense en los años de la Guerra Fría. Hombre de familia, sus horas más amargas las vivió cuando enterró en 2007 a su esposa, Vilma Espín, madre de sus cuatro hijos y único amor conocido, y en 2016 a su hermano Fidel, cuya muerte anunció él al pueblo cubano.
Ahora regresa a las montañas de oriente, pues trasladará su residencia a Santiago de Cuba, el lugar donde realmente se siente en casa.