La Comisión Europea anda estos días haciendo sus cuentas para definir el próximo Marco Financiero Plurianual, el decir, las grandes líneas presupuestarias de la Unión Europea para los años del 2021 al 2028. Así dicho le podrá parecer a usted un asunto meramente técnico, pero le aseguro que en este debate se deciden cosas que tendrán consecuencias importantes para nuestro futuro. Es ahí donde se hace política, tanto o más que en los titulares más llamativos o en los programas sensacionalistas que nos entretienen con mucho morbo y pocas nueces.
Este marco presupuestario va a definir a muy grandes rasgo qué líneas prioritarias tendrá la Unión Europea en los próximos 10 años, en qué nos gastaremos el dinero los europeos, qué queremos hacer, a qué vamos a dar importancia. Este marco presupuestario viene mediatizado por el Brexit, que elimina a uno de los contribuyentes más importantes, y por otras circunstancias sobrevenidas como los nuevos retos de la inmigración y las políticas del cambio climático.
La Unión Europea necesitará tanto aumentar sus ingresos como reducir algunos gastos. En el capítulo de ingresos hay dos vías que se exploran: el aumento de contribuciones de los estados y la creación de un impuesto propio, como podría ser el que gravara los plásticos, medida que sumaría una finalidad medioambiental a la financiera.
Ayer mismo las partes que estaban negociando el nuevo gobierno alemán se comprometieron a aumentar la contribución alemana y se suman así al liderazgo francés por un nuevo impulso europeo. Los partidos alemanes muestran una apuesta europeísta en un momento en que una alianza con el liderazgo de Macron puede hacer avanzar una Europa potente y relevante, tras el susto del Brexit. A veces, tanto a los humanos como a las organizaciones, un duro golpe nos ayuda a crecer, superarnos y mejorar.
En el capítulo de los recortes habrá pelea, lo verán, pero la primera propuesta de los comisarios europeos trae ideas interesantes. Se anuncian ciertos recortes en políticas tradicionales como los fondos de cohesión, agrícolas y de infraestructuras, mientras que se priorizan los programas educativos, como Erasmus, y a las inversiones de ciencia y tecnología enmarcadas en el que resulte heredero del actual programa Horizonte 2020. A este fin se está dispuesto incluso a aumentar fondos.
A España no le gusta esta dirección, pero hace mal, a mi juicio. En lugar de aferrarse a unos fondos que fueron importantes pero que ya deberían estar superados (especialmente la desproporcionada y cuestionable partida agrícola), España, como país ya contribuyente, debería sumarse a la oportunidad de priorizar la educación europeísta y el I+D. España debe mirarse a sí mismo como un país que quiere estar en la élite mundial del talento, la creatividad y la creación de ideas y riqueza.
Entiendo que hay razones competenciales que lo dificultan, pero aun así sería bueno que nuestras instituciones, españolas y vascas, aprovecharan esta estela para reforzar sus políticas educativas y de I+D. Pero en ambas partidas el aumento presupuestario no lo es todo. Es exigible la rendición de cuentas, la calidad y los resultados. Sin ahogar a nuestros investigadores en labores administrativas y exigiendo más calidad que cantidad. Mejorando la educación pero sobre la base de la evidencia científica, no de la moda innovadora de temporada, como nos enseña la Cátedra de Cultura Científica de la EHU-UPV en su programa “las pruebas de la educación”, que les recomiendo vivamente.
Prioridades europeas: I+D y educación europeísta. Yo a estas prioridades me apunto.