En pleno auge de la cerámica en talleres privados y en distintos centros cívicos de Vitoria, hay artistas que inician su andadura en este oficio por pura pasión, y que terminan por convertirlo en su modelo de negocio, en su modo de vida. Es el caso de la joven gasteiztarra Nagore Hornas, que a sus 24, apuesta por el arte de fabricar piezas únicas a partir de la arcilla.
Pero esa inquietud por lo artístico va más allá. Y es que al tener un pasado como trabajadora social, la vitoriana mantiene estrechos lazos con asociaciones de la capital alavesa, acercando así la cerámica a las personan usuarias de estas entidades sociales. Recientemente, estuvo en la sede de Down Araba en Gasteiz, donde se llevó a cabo un taller de lo más “espontáneo”. “Me he dado cuenta de que son personas muy creativas, y no tendría por qué sorprenderme”, sostiene Hornas.
Lo cierto es que la ceramista ha compartido ratos también con asociaciones como Asafes (Asociación Alavesa de Familiares y Personas con Enfermedad Mental), Aspasor (Asociación de Padres, Madres y Amigos de las Personas Sordas de Álava) así como con los mayores de la residencia Albertia. “El arte es un medio muy bonito para demostrar que son personas completamente válidas para hacer lo que sea y también para que ellas encuentren espacios donde conocerse”, comparte.
Asimismo, colaboró en la Dana de Valencia, enviando ayuda a Paiporta con la creación de 63 llaveros solidarios. La recaudación, que ascendió a 630 euros, fue destinada a Pilar y Antonio, dueños de una tapicería que quedó arrasada por las tormentosas inundaciones. “Se vendieron todos, y yo directamente se los mandé para que lo invirtieran en lo que necesitaran. Meses más tarde, me enviaron fotos de la maquinaría que compraron”, recuerda emocionada.
Los inicios en el barro
Fue a finales del año pasado cuando la vitoriana apostó por dar el salto de lo que empezó siendo una afición en la época de pandemia. “Estoy muy contenta y no me arrepiento de nada. Creo que era el momento de hacerlo. Y asumir el riesgo de que mi hobby pasa a ser mi trabajo”, expone.

Asimismo, recuerda unos bonitos inicios en el taller de cerámica de Paco Torres, en la calle Cuchillería, donde asistía una vez por semana. “Estaba encantada, era como mi momento de la semana. Cada uno hacíamos lo que más nos apetecía, y eso era lo que a mí me gustaba. Y digamos que a partir de ahí me empecé a picar. De hecho, nunca nada me había picado tanto”, cuenta sonriente Hornas.
Tanto, que ese par de horas a la semana en el espacio creativo se le quedaron cortas. Y comenzó a diseñar por su propia cuenta y a mayor ritmo. “Eso me permitió investigar y probar”, señala. Hasta que hizo de la casa de Abetxuko de sus abuelos, entonces en desuso, un taller a su gusto, donde colocó un torno y se volcó al completo; incluso hasta su pelo, que en más de una ocasión es víctima de las salpicaduras de arcilla.
El resultado de ese arduo trabajo, que pasa por diferentes procesos, incluso por un horno a más de 1.000 grados, son piezas de joyería (pendientes y colgantes), vasijas, jarrones y tazas, entre otros artículos puntuales que además de mostrar en su portal de Instagram, @nagorezeramika, su escaparate público por ahora, lleva hasta mercados y ferias artesanales de la capital alavesa y del territorio.
“Tenía claro que no quería copiar, sino hacer piezas únicas. Aunque realmente en la artesanía nada se replica. Aún así, poco a poco fui encontrado un estilo propio, y la verdad que me siento orgullosa. Me gusta mucho tallar las piezas, hacerlas con textura. Es un poco la clave de lo que hago”, explica. Y agrega que puede estar “horas y horas” haciendo dibujos en cada una de las piezas, “porque es cuando más creativo puedo ser, ahí es donde tengo espacio para crear lo que quiera".
Una pausa a la aceleración
A su juicio, ese boom la cerámica responde al poder terapéutico que ofrece, a tener esos momentos de tranquilidad. “Vivimos acelerados, en algún momento esto tiene que explotar”. Ella es testigo en primera persona de ello, ya que imparte talleres de cerámica a niños y niñas en algunos centros cívicos de Gasteiz. “De primeras, los txikis están sobreestimulados, no son capaces de centrase en nada. Y creo que es ahora cuando nos estamos dando cuenta de que se nos está yendo de las manos”.
El proceso de la cerámica es largo, pero a la vez muy enriquecedor, porque “es desde cero y es muy natural”. Pero, la alfarera ve un riesgo. “Me parece bien que esté al alcance de todo el mundo, pero creo que también se está contaminando ese ritmo frenético de ir al taller un día y tener la pieza en esa misma sesión. Y no debería ser así, porque el proceso es mucho más largo. Creo que muchas veces la gente mira más por el resultado que por disfrutar del proceso”, opina la artífice.