El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha escrito a los funcionarios de su oficina una carta de Navidad que éstos difícilmente olvidarán. Les anuncia que no se va a presentar a la reelección para un segundo mandato. Las razones que les da son duras, graves y nos atañen a todos.

El de Alto Comisionado para los Derechos Humanos no es un cargo cualquiera. Tiene rango de Vicesecretario General de la ONU, es decir que sólo está por debajo del Secretario General. Es el máximo responsable de la ONU para todas las cuestiones relativas a los Derechos Humanos, tanto las técnicas y administrativas, como las políticas o de desarrollo normativo e institucional. Es la gran autoridad mundial en materia de Derechos Humanos. Desde la creación de la institución, en 1993, han servido en este cargo seis personas de un elevadísimo reconocimiento moral, político e intelectual: tres mujeres y tres hombres.

El Alto Comisionado actual es el Príncipe Zeid Ra’ad Al Hussein de Jordania. El hecho de que empleara el título de príncipe, junto quizá a algunos otros prejuicios asociados a su perfil, nos hizo a más de uno desconfiar de su nombramiento. Con mucho gusto reconozco que esa desconfianza ha resultado injusta. A lo largo de su mandato ha mostrado una autoridad moral y una defensa rigurosa de las víctimas y de los principios universales de Derechos Humanos. Además los funcionarios a su cargo hablan bien de su gestión y de su carácter como jefe. En las ocasiones que he tenido de coincidir con él, ha sido siempre cercano y amable.

En su mensaje de Navidad por correo electrónico Al Hussein anuncia que “el próximo será el último año de mi mandato (?) Tras mucho pensarlo he decidido no optar a un segundo mandato de cuatro años. Hacerlo, en el contexto geopolítico actual, podría significar hincar la rodilla para suplicar; silenciar una denuncia; rebajar la independencia y la integridad que debe tener mi voz, que es la tuya”.

¿Qué significa esta dura crítica?, ¿en qué contexto se da?, ¿a quién va dirigido el recadito?

Zeid Ra’ad Al Hussein ha sido desde el principio duro en sus críticas a las políticas de Trump contrarias a los derechos humanos: desde las prohibiciones genéricas a personas de determinados origen, contrarias al principio de igualdad, hasta las políticas que justifican la tortura. Tampoco se ha callado cuando tocaba hablar sobre Rusia o sobre China. Al parecer, el secretario general de la ONU, el portugués António Guterres, habría pedido al Zeid Ra’ad Al Hussein que rebajara el tono de su confrontación con los Estados Unidos y éste habría respondido así: con una toalla contra la lona.

No quiero hacer aquí una película de buenos y malos. António Guterres se había ganado una bien merecida fama de persona sensible al sufrimiento humano tras un más que digno paso por el mandato de Alto Comisionado para los Refugiados. No creo que el cargo de secretario general de la ONU le haya cambiado tan rápido. No le veo cediendo fácilmente a presiones o poniendo precio a su dignidad. Pero lo que sí resulta muy posible es que la tarea a la que deba hacer ahora frente Guterres sea infernalmente imposible: humanizar a la Rusia de Putin y mantener a la administración Trump dentro del sistema ONU, es decir, dentro de unos mínimos compartidos en la comunidad internacional.

Trump ha renunciado ya a la colaboración contra el cambio climático y ha sacado a los EEUU de la Unesco. Poca provocación necesita para hacer saltar por los aires del sistema de protección de los Derechos Humanos que, con todas sus enormes insuficiencias e irritantes limitaciones, hemos ido creando durante los últimos 70 años. Este acumulado institucional, jurídico y político es un bien demasiado grande, demasiado delicado, y hay que tragar muchos sapos para no romperlo.

La Unesco y el clima ya han pagado la sevicia de Trump. Parece que la renuncia del Alto Comisionado es otra muesca en su revolver de cobarde abusón, de miserable e ignorante adolescente, de niño rico y malcriado que juega con crueldad rompiendo juguetes y comprando cuerpos y voluntades, destrozando por el camino vidas y midiendo su éxito por su capacidad para destruir, ensuciar y hacer sufrir sin pagar las consecuencias.

No me gustaría estar en el puesto de Guterres. Sus dilemas por decidir cuál es el mal menor aceptable en las presentes circunstancias y qué precio se debe pagar por ese mal, tienen que ser insoportables. Desde fuera podemos opinar con cierta facilidad sobre lo que debería hacer Guterres, ignorándolo casi todo y ligeros del peso de las consecuencias sobre nuestros hombros. Pero supongo que no será tan fácil hacerlo si realmente se tiene la responsabilidad y el peso de las consecuencias globales de equivocarse te ahoga como insoportable carga para una sola persona. Le pido a Olentzero, a Papá Noel, a Santa Claus, a los Reyes Mayos, o a todos juntos, que le lleven a Guterres sabiduría para acertar y fortaleza para llevarlo a cabo.

Al nuevo o nueva Alto Comisionado le tocará una tarea difícil. Confío en que, como los anteriores, traiga la fuerza y la visión necesarias para la dura empresa que le toca. Tendrá mi apoyo. De momento, mis respetos a Zeid Ra’ad Al Hussein: no sé de su cuna, ni me importa, pero por lo que a mí toca, el título de príncipe, signifique lo que si signifique, se lo ha ganado estos años de Alto Comisionado.