Reportaje Diana Negre

la errática y, a veces, lindante en la histeria política exterior del Presidente Trump es muchísimo más estadounidense que trumpista, lo que abre la esperanza de que acabe por ser la correcta para la paz y el bienestar del mundo entero. Y esto no es una crítica, sino una constatación. Winston Churchill la formuló muy agriamente el siglo pasado diciendo que “?los Estados Unidos hacen siempre lo correcto, después de haber agotado todas las demás posibilidades?”. Los vaivenes de la política exterior norteamericana son fruto de la historia de un país que llegó a la independencia desde la lejanía y con plena conciencia de esa condición.

Consecuentemente, durante los 130 primeros años de su historia, a los norteamericanos sólo les importó su tierra y su destino. Y no por casualidad, sino muy a conciencia. Tan a conciencia, que su primer ministerio de Exteriores duró 8 años; al cabo de este tiempo dejó de llamarse Departamento de Asuntos Exteriores para asumir la denominación actual de Departamento de Estado? ¡porqué se ocupaba ante todo de los asuntos del propio Estado!

Evidentemente, los asuntos del propio Estado no excluyeron alguna que otra intervención militar exterior (la pérdida española de Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX, entre ellas), pero el aislacionismo norteamericano se acabó a la fuerza en 1917 bajo el mandato de W. Wilson, quien había ganado la presidencia justamente con una campaña electoral rabiosamente pacifista. Fueron los submarinos del Imperio Alemán, con sus hundimientos de mercantes norteamericanos, los que forzaron la entrada en liza de los EEUU.

Trump, que ha ganado la presidencia ahora ante todo con los votos del electorado pacifista de los Estado agrarios del centro del país, trató de imponer a sus compatriotas una especie de aislacionismo nihilista-nacionalista: Nada de compromisos internacionales -ni comerciales ni políticos- con tal de generar en casa la sensación de que cumple con su promesa electoral de “América, primero”.

Pero las realidades todas -domésticas, comerciales, internacionales y de alianzas militares- le están cortando las alas a las promesas. Y el actual presidente se está alejando cada vez más de la política primigenia del país, obsesionada exclusivamente con su ombligo, para irle dando cada día un poco más la razón a Winston Churchill. Y a trancas y barrancas va encaminando sus relaciones internacionales por el sendero internacional de lo factible?.y conveniente para todos.