Kutupalong (Bangladesh) - La crisis que comenzó hace casi tres semanas en el estado oriental birmano de Rakhine ya ha llevado a 379.000 rohinyás a Bangladesh, una situación que ayer hizo que un grupo de premios Nobel y figuras públicas elevara la voz en demanda de una solución. El obispo sudafricano Desmond Tutu, el expresidente costarricense Oscar Arias, el bangladesí Muhammad Yunus, la australiana Elizabeth Blackburn y personajes como el actor Forest Whitaker o el empresario Richard Branson piden a la ONU que actúe, según una carta distribuida por el Centro Yunus de Bangladesh. “La tragedia humana y los crímenes contra la humanidad que están ocurriendo en la región de Arakan (Rakhine) en Birmania necesitan vuestra inmediata intervención”, resaltan los firmantes, entre ellos una docena de premios Nobel.
Mientras, la llegada de miembros de la minoría musulmana rohinyá a los campos de refugiados no cesa. La oficina de la ONU en Bangladesh cifró ayer en 379.000 los rohinyás llegados, 9.000 más que el martes. “Los recién llegados continúan moviéndose desde las zonas de tránsito (...) hasta los asentamientos improvisados”, indicó el Grupo de Coordinación Intersectorial de Naciones Unidas.
El 60% son niños Más de 220.000 niños han sido contabilizados en campos de refugiados estables y asentamientos improvisados o en las chabolas que florecen en nuevos campamentos aún sin formalizar en el distrito de Cox’s Bazar, en el sureste de Bangladesh. Constituyen el 60% de todos los refugiados, una cifra aún más dramática si se tiene en cuenta que un 23% de los 379.000 rohinyás que han llegado son menores de 5 años, dijo ayer la jefa de Trabajo de Campo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en Bangladesh, Sara Bordas. “En una catástrofe natural los primero que mueren son los niños y las madres, en una crisis como esta las madres y los niños son los primeros que hay que atender”, aseguró Bordas, quien estuvo en el terremoto de Haití de 2010 y en el tsunami de 2004.
“Lo que hay en estos momentos aquí es un caos total. Estamos tratando de corregir nuestras intervenciones para que los pocos servicios que había lleguen al máximo de personas posible”, añadió.
Unicef ha cuadruplicado su personal y está trasladando suministros a Bangladesh, pero la cobertura para dar respuesta a una masa de gente de este volumen requiere tiempo. Más aún si se tiene en cuenta la situación en que Bangladesh ha tenido durante años a los refugiados rohinyás, un pueblo paria, no reconocido en Birmania e ignorado por las autoridades bangladesíes.
Dacca los considera extranjeros y, con la pretensión siempre de hacer su estancia temporal, los emplazamientos improvisados que durante años se han ido formando con los refugiados que llegaban al país carecen aún hoy de la infraestructura necesaria. Pese a ello, los refugiados tienen claro que regresar a Birmania, como pretende el Gobierno de Bangladesh, no es una opción para ellos. La primera ministra bangladesí, Sheikh Hasina, afirmó esta semana que su país ha acogido a los rohinyás únicamente sobre la premisa de una “acción humanitaria” en un momento de emergencia, pero insistió en que la solución a la crisis de los refugiados pasa por que Birmania acepte su regreso.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos considera que lo que está ocurriendo en Rakhine desde el 25 de agosto es un “caso de libro de limpieza étnica”, lo que niegan las autoridades birmanas, que han calificado a los rohinyás de “terroristas”.
aceptó el ultimátum “Me lo dijeron muy claramente, o se van o les matamos”, explicó Abby Sallam, rodeado por nietos y la familia que no se quedó atrás en su pueblo de Fakira Bazar, en Rakhine. El granjero, de pelo canoso y barba corta, decidió hace una semana resignarse y aceptar el ultimátum que le había dado el Ejército birmano. Dejó su granja, su casa, la vida que conocía y salió hacia Bangladesh, pero los militares mataron a dos de sus hijos. “Si volvemos, morimos”, señaló. Como Abby Sallam, la mayoría de los rohinyás en los campos de refugiados no quieren ni oír hablar de volver a Birmania, una pretensión que las autoridades de Bangladesh han repetido hasta la saciedad en los últimos días.
Parias en la tierra en que nacieron e ignorados en la que a regañadientes les acoge, los rohinyás son vistos por Bangladesh como una “carga demasiado pesada” que no puede asumir. “¿Volver?”; Rokki Mullah mira a su alrededor como quien no ha entendido lo que acaba de escuchar y trata de que alguien se lo repita. “¿A qué?”, replica tratando de comprender una pregunta demasiado absurda en su cabeza.
“¡No volveré nunca!”, zanja este hombre menudo de 30 años delante de su mujer y de dos de sus tres hijos, con los que se ha pasado viajando 14 días por montes y ríos desde su natal Tum Bazar, huyendo de los militares, hasta llegar a Bangladesh. Su historia es similar a la de Abby. “Me aseguraron que si no dejaba este lugar me matarían”, dijo.
Afirma que ya no le queda nada en Birmania y añade que su única preocupación ahora es conseguir arroz y agua fresca para su familia, que desde hace cinco días vive bajo una lona de plástico negro, en una tienda improvisada a la que apenas se puede acceder gateando sobre el barro. “No creo en el Gobierno de Myanmar”, subrayó, asegurando que cualquier promesa que pueda hacer su país a Bangladesh “no sirve para nada”. Los refugiados no volverán, ahora Birmania tiene la palabra.