La vida dentro de un albergue de Miami esperando al huracán Irma ha permitido que personas que tal vez nunca se cruzarían en la calle entablen conversaciones largas, amistosas, y compartan mesa y suelo. En el Terra Enviromental Research Institute de Kendall, al sur de la ciudad, las cerca de 500 personas allí guarecidas han traído de sus casas todo tipo de utensilios que en circunstancias como estas se comparten. Se duerme en el suelo sobre lo que se haya traído, de ahí que el suelo de la cancha de baloncesto de este instituto de investigaciones de enseñanza media esté cubierto de colchonetas, mantas ligeras y hasta colchones inflables para matrimonios. El ambiente general es de solidaridad. Gente multicolor y de variados orígenes étnicos se consulta a cada rato sobre los movimientos de Irma.
El sábado llegó la inesperada noticia de que el temible meteoro se desviaba hacia el oeste más de lo pronosticado y también de que había bajado su intensidad a categoría 3. Aún con la perspectiva de que pronto podrían volver a casa, la dirección del refugio mantenía cerrada la salida a la calle por razones de seguridad, al igual que los otros dos refugios habilitados en escuelas de la zona.
Adentro se ofrecen tres comidas al día que el refugiado debe ganarse haciendo largas filas en el comedor de los estudiantes de ciencias naturales que en circunstancias normales estudian en ese instituto.
La escuela, construida hace unos diez años, tomó como referencia el devastador huracán Andrew de 1992. Es una especie de búnker de hormigón armado con grandes ventanales de vidrio anti-impacto, impuestos por normativa.
También haciendo filas se logra acceder a los vestuarios del equipo de fútbol del instituto. Una ducha en medio de la espera de los partes meteorológicos se agradece.
No es así en todos los refugios habilitados para la ocasión. Hay algunos como el Félix Varela, de Kendall, que decidió no abrir todas las instalaciones y las personas pernoctan en los pasillos. Eso sí, la presencia policial se hace visible en cada acceso principal.
La guatemalteca Beatriz Eugenia Díaz, de 66 años, llegó al refugio Terra Enviromental Research Institute “para estar tranquila”. “Tengo de todo en casa, hasta una cama especial que se adapta al cuerpo, pero la tranquilidad de estar protegida por la Cruz Roja no tiene precio”, afirma esta antigua arqueóloga forense que desde hace dos noches duerme en un colchón inflable que trajo ella misma.
“No tengo edad para experimentar. Cerré mi casa, vine y no me arrepiento”, manifiesta Díaz de pie, aunque apoyada en un bastón, y sonriente por estar “arropada”, dice. “He vivido de todo, incluso el exilio, que es mucho decir, pero la verdad es que nunca había estado en un refugio por amenaza de huracán”, expresa. Con 20 años en Miami, Díaz ha pasado dos huracanes en casa y ahora una vecina la convenció para dejar su hogar ante la magnitud arrasadora de Irma.
Su vecina y compatriota Guadalupe Hernández perdió su casa con el Andrew. “El trauma aún lo tengo. Nunca más”, remacha Hernández que, con el Andrew, tuvo el buen tino de irse a un refugio y hasta ahora esa ha sido su “máxima”. Ambas comparten el colchón inflable que situaron al lado de las puertas del gimnasio.