Cuando se apresta a cumplir dos meses como presidente de Estados Unidos, Donald Trump se enfrenta a su primera prueba de fuego de la que puede depender tanto el éxito de su mandato como el futuro del Partido Republicano. A pesar de las noticias que llenan televisiones y diarios de todo el mundo, ni se trata de las investigaciones por posibles escándalos de sus ministros, ni de abusos en la gestión de su imperio comercial y ni siquiera de las revelaciones de los métodos empleados por la CIA para recoger información alrededor del mundo. Se trata de algo tan rutinario como el proceso legislativo norteamericano. Concretamente de la reforma sanitaria aprobada durante la presidencia de Barack Obama y conocida como Obamacare, una ley de gran amplitud que los republicanos prometieron reformar durante la campaña electoral del año pasado.
Esta es precisamente la gestión que corresponde al presidente y donde nadie dispone de sus resortes. Aquí es donde se puede apreciar su capacidad de maniobra política. En esta, como en tantas leyes a las que todo el país presta atención, no basta con que el presidente sea del mismo partido que la mayoría en el Congreso, pues este es un país muy grande y variado en el que la oposición no viene solo del partido rival, sino de las propias filas.
La historia norteamericana está llena de presidentes hábiles -o negados- en este terreno. Así, por ejemplo, John F. Kennedy arrastraba a las multitudes, pero quien supo convertir en ley lo que él se había propuesto fue su sucesor Johnson, un hombre versado en las maniobras del Congreso, donde había pasado 24 años. Tampoco Carter mostró habilidades en este terreno, pero sí las tuvieron Reagan o Clinton. Fueron estas gestiones las que convirtieron sus presidencias en un éxito.
En el caso de Trump, ha prometido meterse en la lucha y defender las reformas prometidas por el partido -y por él durante la campaña electoral-, pero apenas anunciaron los líderes del Congreso que habían llegado a un acuerdo para anular el Obamacare empezaron ya las protestas dentro de las propias filas republicanas: mientras los demócratas criticaban desde posiciones progresistas, los republicanos conservadores acusaban a sus líderes de ofrecer un Obamacare-light, es decir, una versión pasada por agua, lo que equivale a que no es suficientemente conservadora.
A lo largo de la historia americana, los presidentes han tenido que demostrar su capacidad de formar compromisos, tanto dentro como fuera de su partido, en una función que tan solo ellos pueden desarrollar: la Casa Blanca tiene mucho poder a la hora de ofrecer compromisos a rivales y amigos y es ahí, no en los discursos que todos vemos por televisión, donde se ve la capacidad de liderazgo presidencial. Para Trump ha llegado este momento y la tarea es más que difícil. Para comprender su magnitud, hay que tener presente lo que representa la atención sanitaria en Estados Unidos: nada menos que el 17% de la economía de un país con más de 330 millones de habitantes, es decir, la sexta parte de la mayor economía del mundo.
Sin entrar en detalles farragosos de los seguros médicos, que ni los propios norteamericanos acaban de entender, sí se puede decir que allí se combinan unas prestaciones públicas obligatorias a los jubilados y pobres, con un sistema exclusivamente privado y de precios exorbitantes, tanto para hospitales como medicinas, que nadie ha sabido hasta ahora como controlar.
Meter en ciNtura En un país con una deuda acumulada de 20 billones de dólares, no se puede sanear el presupuesto sin controlar los gastos sanitarios, pero ello requiere meter en cintura los hospitales y las aseguradoras -y conseguir compromisos políticos de progresistas y conservadores.
Para Trump llega la hora de la verdad, pero esta hora durará poco: tan solo tiene garantizados 22 meses con dominio total republicano que, si desaparece, dificultará enormemente su gestión. A pesar de esta ventaja, de momento muestra la flexibilidad suficiente para tender una mano a los demócratas cuya opinión ha pedido en algunas reuniones, de las que ha informado al país: mientras los demócratas impusieron la reforma sanitaria sin consultar o negociar con los republicanos, el portavoz de Trump anuncia por televisión que está dispuesto a escuchar las propuestas de la oposición e incluso a modificar sus planes.
Actitud que no ha de sorprender de un hombre cuyo primer libro fue El arte de negociar (The art of the deal) y que se precia de su habilidad para forjar compromisos, habilidad que ahora quiere demostrar desde el timón presidencial.