en dos semanas, Donald Trump ha tomado más decisiones por las que ser recordado que muchos de sus predecesores en la Casa Blanca durante todos sus mandatos. Medidas que estaban recogidas en su programa electoral y que fueron respaldadas por más de 62 millones de norteamericanos en las elecciones de noviembre. Un respaldo superior al que obtuvieron John McCaine y Mitt Romney e incluso al que reclutó el último presidente republicano, George W. Bush. Eso sí, dos millones y medio de votos menos que su contrincante Hillary Clinton. Pero al margen de la discusión sobre si el sistema es más o menos representativo (también en Euskadi tenemos un peculiar sistema muy alejado del proporcional), es indiscutible el respaldo que obtuvo este hombre que hoy centra todas las críticas.
Los datos, junto a esas decisiones que violan derechos fundamentales, nos plantean un enorme reto: ¿Cómo responder con la democracia a un presidente elegido democráticamente que, sin embargo, atenta contra pilares básicos de ese sistema? No es nuevo este reto y no siempre termina bien. Salvando las distancias, a Hitler le bastó una mayoría simple junto a una debilitada República de Weimar para eliminar cualquier rasgo de democracia durante su mandato y conducir al desastre a todo el mundo. Salvando más distancias, Chávez ganó unas elecciones y puso en marcha un proceso constituyente que ha derivado en un sistema totalitario. ¿Estamos ante un escenario parecido? Puede que sí, aunque suene prematuro avisar del peligro con unos pocos elementos por muy evidentes que sean las intenciones que un día sí y otro también proclama Trump.
Pero conjurar el peligro de un antidemócrata requiere algo más que firmeza en la protesta. Para empezar, saber distinguir las “malas decisiones” de las “decisiones malas”. Lo primero, son errores políticos que se dirimen en las urnas dentro de unos años. Nada fuera de lo normal aunque se esté en las antípodas ideológicas. Ahí, por ejemplo, podríamos incluir las medidas económicas proteccionistas de la Administración Donald.
Lo segundo, las “decisiones malas”, tienen que ver con la perversidad de algunos decretos que atentan contra derechos humanos y, por lo tanto, contra el esqueleto de la democracia. La ley que persigue a los ciudadanos no por lo que hacen sino por lo que son (musulmanes, iraníes, somalíes, sirios, etc) es una de esas decisiones ante las que no sólo cabe la crítica, sino que es preciso una respuesta a la escala del desafío. Por eso, la UE (otra vez tarde y tibia) debe adoptar medidas sancionadoras para un Gobierno que viola el derecho internacional. El enemigo es grande y poderoso; pero la razón por la que hay que actuar es aún mayor.
Mientras libramos esa batalla global en defensa de los valores universales, hay que trabajar en otro campo: entender por qué esa multitud se enardece cada vez que Trump muestra su lado más peligroso, por qué les gusta pasearse por el precipicio, por qué votaron a un hombre que hace lo que dice, incluidas las barbaridades. Si lo entendemos, podremos luchar de manera más eficaz.