Bengasi - Sin agua corriente ni alimentos frescos desde hace meses, privados de electricidad y medicinas, los habitantes del barrio de Ganfuda, en el este de Bengasi, cuentan las horas que les quedan. Dormir es un quimera, pasear por las calles vacías, entrampadas, un suicidio, y el silencio, un anhelo imposible por el continuo bramar de los aviones de combate y el estruendo ensordecedor de los antiaéreos y los morteros. “Estamos en las proximidades de este barrio residencial, pero no podemos ayudar a las familias hasta que no cesen los combates. Quienes quieren huir no pueden por los ataques aéreos”, explica Qais al Fajri, uno de los voluntarios de la Media Luna Roja libia.
Pero no solo las bombas asustan a las cerca de 170 familias que se cree viven atrapadas en este barrio desde que en mayo de 2014 el mariscal Jalifa Hafter, jefe del Ejército fiel al Gobierno libio del Este (Tobruk), levantara el asedio sobre Bengasi, la segunda ciudad en importancia del país. También arredran las amenazas de la milicias radicales y moderadas que defienden la urbe, principalmente Majlis al Shura y Zawra Bengazi, aliadas al antiguo gobierno islamista en Trípoli, considerado rebelde.
El sábado, las fuerzas de Hafter, exmiembro de la cúpula que aupó al poder al dictador Muamar al Gadafi convertido ahora en el hombre fuerte del este del país, anunciaron la apertura de un corredor humanitario para quienes quisieran huir antes del “ataque final”.
Fuentes de esas mismas fuerzas confirmaron un día después que solo tres familias libias y una sudanesa así como un escaso número de obreros extranjeros, en mayoría asiáticos, han salido del barrio desde entonces y se han entregado a la fuerza de elite Al Saiq 21.
Y es que Hafter, quien, reclutado por la CIA se convirtió en los años ochenta en el principal opositor de Gadafi en el exilio, solo ha concedido clemencia a los mayores de 65 años, a las mujeres y a los niños menores de 15. El resto, ha advertido, serán arrestados. “Todas las carreteras se encuentran bloqueadas, el acceso a los alimentos y la electricidad es imposible, y carecen de agua potable lo que puede provocar epidemias”, explicó esta semana un doctor libio a la televisión local An Nabaa. “La mayoría de la personas padecen de malnutrición. Hay heridos que necesitan atención médico inmediata. De otras familias ni siquiera podemos conocer cual ha sido su destino, si están vivas o muertas”, explicó.
A principios de octubre, se pudo contactar con Um Taha, una mujer que vivía con sus hijos en una de las derrumbadas hileras de casas de Ganfuda y casi un mes después ha sido imposible volver a contactarla. La gravedad de la crisis humanitaria ha obligado a intervenir al enviado especial de la ONU en Libia, Martin Kobler, quien la semana pasada se puso en contacto con el Ejército de Hafter para tratar de garantizar la protección de los civiles.
El diplomático alemán explicó a la prensa que también contactó con las milicias islamistas que defienden la ciudad, convertida en una sucesión de calles espectrales salteadas de chasis carbonizados sobre los que vuelan y vomitan fuego a diario los aviones de combate. El fruto de sus esfuerzos fue una suerte de alto el fuego ahora en vigor, que según Ahmed al Mismari, portavoz de la fuerza que dirige Hafter, se respetará entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde, durante un “pequeño lapso de tiempo” que no detalló.