El giro en las encuestas electorales norteamericanas ha recibido mucha atención en los medios informativos y escasos comentarios en las campañas de los dos aspirantes a la presidencia norteamericana: en declaraciones a la prensa y actos electorales, ni Hillary Clinton o sus colaboradores se felicitan por la ventaja de que disfruta últimamente, ni Donald Trump fulmina contra el momento negativo que experimenta su popularidad.
Ambos reaccionan con la prudencia que cabe esperar ante una situación fluida, pues tanto sabe Clinton que la ventaja del momento puede ser pasajera, como confía Trump en reponerse de las llagas que él mismo se ha infligido. Los candidatos presidenciales siempre disfrutan de una mejora en los sondeos de opinión inmediatamente después de las convenciones de su respectivo partido; igual que la popularidad de Trump aumentó después de la Convención de Cleveland, le toca ahora el turno a Clinton de beneficiarse de la suya en Filadelfia.
A pesar de esto, no hay duda de que Clinton está gozando de una bonanza especial porque al efecto de las convenciones se suma la pésima impresión causada por el pugilato verbal entre Trump y los padres de un soldado de origen paquistaní, caído en la guerra de Irak.
Es una lucha en la que Trump no necesitaba entrar, en la que tenía una desventaja insuperable pues cualquier acto que pueda entenderse como un ataque a un caído es repudiado por todo el mundo. Con ello, ha dado argumentos a sus muchos enemigos y ha alejado a unos cuantos amigos.
Incluso si uno acepta el argumento de Trump, de que hay una vara de medir muy diferente en el caso del padre del soldado, el abogado paquistaní Khirz Khan, de archiconocida simpatía por los demócratas, y de Patricia Smith, la madre de otro soldado nortemaericano caído en la ciudad libia de Benghazi, está claro que el candidato republicano ha permitido que lo embrollen en una disputa que, además de perjudicarle, le impide concentrarse en argumentos muy potentes contra su rival demócrata.
A diferencia de Hillary Clinton, quien respondió a los ataques de Patricia Smith durante la convención republicana diciendo que respetaba el dolor de una madre, Trump siguió su práctica habitual, de responder contraatacando, lo que inmediatamente provocó las críticas de los medios informativos y de varios políticos republicanos que lo vieron como un insulto a la familia de un caído y le volvieron la espalda. No contento con esto, Trump tuvo una rabieta y extendió sus críticas a los republicanos que habían mostrado su desacuerdo, e incluso abrió un frente contra el presidente de la Cámara de Representantes Paul Ryan, que como todos los congresistas, se presenta a reelección este año.
La pelea tan solo ha servido para reforzar la imagen pueril y vengativa que ya mostró durante las primarias, pero que ahora se magnifica cuando ha de apelar a todo el país. Su clientela no se limita ya a los admiradores rendidos que le dieron la victoria en las primarias y que para esta nueva etapa no le bastan: tanto él como Clinton obtuvieron el apoyo de aproximadamente el 14% del electorado nacional, muy lejos del 50% que cualquiera de los dos necesita para instalarse en la Casa Blanca.
Su comportamiento le ha hecho perder el tiempo y desperdiciar argumentos potentes, los mismos argumentos que le sirvieron en las primarias y que forman la base de su slogan “Hagamos nuevamente América grande”, algo que sus seguidores, dolidos por la precariedd económica, no entienden como una promesa de éxitos militares, sino de bonanza económica.
Y así, mientras Trump pierde el tiempo en peleas de barrio, los economistas le sirven en bandeja armas efectivas contra Clinton, que son las proyecciones casi nulas de crecimiento económico y el análisis del ejercicio de la presidencia de Barack Obama, de quien Clinton se erige como heredera: el crecimiento de los últimos ocho años está al parco nivel del que el país experimentó después de la Gran Depresión hace casi un siglo.
El nivel de ingresos, ajustado a la inflación, se ha reducido en un 10% durante la presidencia de Obama. El número de personas sin empleo o subempleadas es el 15% de la fuerza laboral. El 40% de los parados lleva más de medio año sin trabajo. La relación entre empleos disponibles y personas sin trabajo es de 1 a 5. Los ahorros de la clase media blanca se han reducido en un tercio y todavía es peor para los negros, que han perdido el 75%. En los últimos ocho años, la economía tan solo creció anualmente la tercera parte de lo que se registró entre 1948 y 2007, que fue un promedio del 3.5% anual, incluyendo diez recesiones. Ahora no llega al 1.3%.
Otro argumento que le han brindado en bandeja es el del dinero en efectivo enviado por Washington a Teherán el mismo día en que el Irán liberó a varios norteamericanos detenidos -considerados en EEUU como rehenes-: 400 millones de dólares en efectivo y en diversas divisas llevadas al país en un avión.
Por mucho que tanto el Pentágono como la Casa Blanca aseguren que formaban parte de un acuerdo negociado meses antes, le sería fácil a Trump suscitar sospechas y agitar la opinión en contra de quien quiere suceder a Barak Obama.
Trump todavía no ha perdido su audiencia, como demuestra el hecho de que, en el último mes, recogió casi tanto dinero como Clinton y lo hizo por medio de pequeñas donaciones de la legión de seguidores que aún creen en él. Si se centra en los dos puntos que han arrastrado a sus seguidores, que son la economía y la lucha contra el terrorismo, le ha de ser fácil presentarse como un reformador que tantos esperan.
Aunque en las filas demócratas muchos empiezan ya a cantar victoria. Un editorial de The New York Times, al que jamás acusó nadie de simpatizar con los republicanos, advertía de que Trump todavía puede recuperarse. Pero el temor entre los republicanos es tan grande que el propio Ryan ha enviado un mensajes que refleja sus expectativas: “Si perdemos la mayoría en la Cámara de Representantes, le daremos un cheque en blanco a la presidenta Hillary Clinton”.