parís - Magali Moso se encontraba el viernes enseñando a una amiga los Campos Elíseos, y más tarde fueron a cenar a Les Halles. Media hora después de marcharse de allí, se produjo el tiroteo entre terrazas de restaurantes. Ellas se enteraron porque su madre la llamó por teléfono. Abandonaron La Cité deprisa y, al meterse al metro, se sintieron en una ratonera. “Los letreros decían que no había servicio, pero teníamos que llegar a casa, a 25 minutos en metro. No había taxis, sólo confusión, y los móviles se colapsaron y no funcionaban. La tensión fue muy grande hasta que pudimos volver a salvo a casa; recordábamos los atentados en las estaciones de Madrid y de Londres”, relata vívidamente esta estudiante de Derecho vizcaina, con un Erasmus en París.
Aunque Magali y su amiga pudieron sortear en medio del caos los ataques mortíferos, ayer explicaba a este diario con claridad lo sucedido, si bien con “mucha tristeza”. Las personas consultadas por este periódico narran cómo estuvieron hasta las tres de la madrugada del viernes comprobando que sus seres queridos estaban a salvo. Todos, desde casa. Josu Icaza, contratado en la Unesco en París, cuenta que al principio la gente se comunicaba por Whatsapp, por las redes sociales, etc., y que fue de ese modo por lo que optaron por meterse en sus pisos y no salir a la calle. Más tarde, el Gobierno Hollande lo aconsejó en un comunicado.
Al viajero reportero y realizador Jokin Etcheverria los ataques lo encontraron reunido con su equipo de rodaje de un docu-reality. Precisamente el viernes habían estado filmando a africanos sin papeles por las calles del centro de la ciudad. Al enterarse de lo sucedido, no salieron de casa; incluso un amigo parisino que estaba con ellos pernoctó en el mismo piso. Ayer, en cambio, se aventuraron a continuar con su trabajo; tomaron el metro en la boca que tienen junto a su portal -ya lo habían restablecido por tramos- y, después, un autobús que les llevó a las afueras. Pero una de las componentes del rodaje no pudo participar en él, ya que una amiga suya había muerto en la discoteca masacrada.
zona popular María Mallol, catalana residente en París, vivió el tiroteo del viernes desde el bar Le Carillon, en el distrito 10 de la capital. “Nos salvamos de milagro, estamos en estado de shock”, contó ayer a Europa Press. María se encontraba junto a su hermana en el bar cuando escucharon los disparos. “Yo me puse debajo de una silla, mi hermana detrás de la barra”, contó. Ellas salieron ilesas, pero a su lado varias personas heridas por los cristales rotos. “La zona que han atacado es el equivalente al Casco Viejo de Bilbao, por popular y transitada”, explicaba ayer el arquitecto Joaquín González, que lleva 20 años en París y analizaba los sucesos con preocupación y lógica. “Tras el caso de Charlie Hebdo y el intento de atentado al tren Amsterdam-París en agosto, era de esperar que quisieran atacar otra vez, pero nadie imaginaba que pudieran tener un éxito de tanta magnitud. Hoy hay silencio, una especie de tranquilidad, de miedo retenido. Los ciudadanos prensaban que estaban protegidos tras las medidas tomadas por el caso Charlie Hebdo, pero al ver que se han saltado los controles, que son capaces de golpear por muchos sitios a los civiles, la vulnerabilidad es enorme, y se puede mezclar con paranoia”.
Joaquín decía esto tras volver de hacer unas compras, en el distrito 12, no muy lejos del distrito atacado. Pero, aunque pensó en su hijo de 20 años al conocer lo que estaba pasando en la discoteca el viernes, ayer consideró que tenía que salir e intentar hacer una vida un poco normal. Aun así, y tal y como narraba Josu Icaza del distrito 15, en el que vive, apenas había comercios abiertos y, en las calles, “mucho silencio”. Al contrario, la noche del viernes las sirenas tomaron París, narraba Josu, quien tomó su bici desde el bar en el que veían el partido Francia-Alemania, y se sintió “seguro”, especialmente porque el distrito 15 está al sur de la ciudad y “he tenido mucha suerte porque no lo he visto en directo”. En realidad, Josu tenía que estar trabajando ayer, en la Conferencia Internacional de la Unesco, que había atraído a personalidades de todo el mundo, al igual que se esperaba de la Cumbre Mundial del Medio Ambiente prevista en París en una semana, y más ambiciosa que la de Kioto. ¿Qué pasará ahora con ella?
C. es una vasca que vivió años justamente al lado del lugar de la masacre. Ayer se confesaba “conmocionada” y, como Joaquín, admitía la teoría del humorista Forges de que las excolonias francesas son las que más sufren la pobreza y el expolio, y que hay un “traumatismo” por ello, una “rabia acumulada”. De hecho, C. subrayaba que “ha sido un ataque a la vida cotidiana del parisino medio. El distrito 11 vota a Hollande, es de clase media-alta, población blanca...”.
Magali indica que antes del ataque del viernes ya la “intimidaba” la excesiva presencia de militares en las calles, e incluso en la Facultad donde estudia. Ayer, París estaba medio sitiada. Ella y su amiga, que querían donar sangre, no pudieron porque las autoridades vienen evitando aglomeraciones. Así lo verificaba ayer Joaquín, quien plantea que, si antes las evitaban, ahora “¿cómo va a ir la gente al mercado si estamos amenazados?” Josu confía en que “no nos acallen”.